Antonio Arratia Tirado
Cd. Victoria, Tamaulipas.- Hay momentos en que la prudencia, el miedo o la promesa de secrecía empeñada frente a dos hombres que en ese tiempo se jugaron la vida -mientras se velaba el cadáver de un periodista de Matamoros- obligan a guardar historias de terror en ese cajón donde cohabitan los demonios y los recuerdos.
Esta larga y vieja historia que en primera persona voy a contar tiene justamente esos tres ingredientes. Los dos primeros persisten, pero se aguantan, no por imprudencia o falta de miedo, sino porque a veces es necesario restregar en la cara a los gobiernos y a la sociedad -aunque les moleste- que el trabajo de los periodistas es fundamental y no son insectos a los que hay que asesinar cuando a la autoridad o a los delincuentes se les pegue la gana.
El otro, el más importante, lamentablemente dejó de ser un impedimento. Lamentablemente, porque si se mantuviera la palabra empeñada significaría que los dos funcionarios copartícipes de la historia estarían vivos.
Pero están muertos.
Los otros dos protagonistas centrales sí están vivos, aunque uno encarcelado en Italia y otro disfrutando de la vida en su rancho San Cristóbal, en Guanajuato: Tomás Yarrington, entonces gobernador de Tamaulipas, y Vicente Fox, presidente de México.
La sangre de muchos periodistas de este país dejó de correr como un arroyo y se ha convertido en un océano por el que el buque de la impunidad navega mar adentro y sin esperanza de naufragio, algo que obliga a ir perdiendo o a aguantarse el miedo.
Ahora le tocó el turno al fundador del semanario Riodoce y corresponsal de La Jornada en Sinaloa, Javier Valdez Cárdenas, asesinato que estremeció a la comunidad periodística nacional e internacional y obligó al presidente Enrique Peña Nieto a prometer, otra vez, que serían activados todos los protocolos y mecanismos para garantizar la seguridad de los reporteros, incluidos los de Tamaulipas.
Esa es palabra de boletín.
La realidad se apega más a la historia contada ahora porque se vivió de cerca y ocurrió en agosto del 2004 en Matamoros.
El periodista Francisco Arratia Saldierna fue asesinado. Le fracturaron los dedos. Le provocaron quemaduras con cigarrillos en diferentes partes del cuerpo. Estallamiento de vísceras. El pulmón izquierdo quedó perforado por una de sus costillas fracturadas. Le encajaron astillas en las uñas de manos y pies. Con un taladro le perforaron una muñeca de lado a lado. Lo colgaron de un gancho para tablearlo. Y, por si algo bastara, acabaron por dispararle.
Con todo eso cualquiera se muere. A pesar de esa atrocidad, él aún se mantuvo con vida tres horas hasta que los médicos decretaron su muerte.
Estamos en Matamoros y, en un privado, el Procurador de Justicia de Tamaulipas Ramón Durón Ruiz y el fiscal especial designado para investigar el caso, Héctor Fernando Vallejo García propusieron un pacto.
Ambos dijeron este contador de la historia: por tu seguridad y la nuestra, todo lo que veas o escuches es para consumo interno.
Luego, el ofrecimiento trágico:
-Podrás publicar lo que te dé tu chingada gana, pero solo cuando los dos estemos muertos.
Hoy ambos están muertos y porque me da eso que ellos dijeron, la historia va.
Habían terminado las preguntas en una conferencia de prensa con los compañeros de Matamoros y Durón Ruiz volteó a ver.
-¿Quieres preguntar algo Arratia?
-Sí, pero me gustaría hacerlo en privado.
Pero Ramón Durón no entró solo al privado. Con él entraron el jefe militar en Matamoros, el delegado de la PGR, el comandante de la Policía Judicial Federal, el que sería fiscal del caso, Héctor Fernando Vallejo García y el entonces director de la llamada Policía Judicial del Estado, José Guadalupe Castillo Celestino.
-Ahora sí Toño, qué quieres preguntar -dijo el Procurador de Justicia.
-Nada, ya que están todos juntos, en realidad solo quiero decir y pedir algo muy concreto.
-Lo que quieras -respondió Durón.
-Primero: todos ustedes y yo sabemos quién lo mató ¿sí o no?
Y dijeron que sí.
-También, que ante el poder de los asesinos no pueden hacer nada ¿verdad?
Y dijeron que no, que ese poder delictivo era tan descomunal que el gobierno de Tamaulipas no podía hacerle mella alguna.
-Entonces, lo único que pediría es que no detengan a ninguna persona inocente, a un “asesino de paja”.
En descargo de ello, el Procurador de Tamaulipas ofreció al reportero seguir de cerca las investigaciones -que forzosamente tenían que hacer- por medio Fernando Vallejo García y un grupo especial, instrucciones que el fiscal cumpliría a cabalidad.
EL CAÑÓN DE UNA AK-47 EN LA NARIZ
Llega la noche y un familiar de Paco, en ese tiempo jefe de grupo de la PME, nos saca a terreno.
-Primo, te voy a decir una cosa. Ni tú ni yo somos de aquí de Matamoros, así que tenemos que andar con pies de plomo porque las cosas están muy calientes.
Él llevaba instrucciones precisas: iba como familiar, no como policía. El director de la PME le había ordenado que no se le ocurriera hacer investigaciones por su cuenta ni anduviera preguntando nada.
Salimos de cenar y, unas cuadras adelante del restaurante, se le vio nervioso y “espejeando” con insistencia. De pronto, metros atrás empezaron a apagarse y a encenderse luces de varios vehículos.
-Primo, ya traemos “cola” -dijo.
El corazón empezó a acelerarse.
-¿Y ahora?
-Me imagino qué quieren. El pedo eres tú primo, pero tranquilo.
-Entonces… me bajo contigo para hablar con ellos o qué -atiné a responderle, no solo intranquilo sino aterrado al recordar las imágenes del cadáver de Paco.
-Nombre, ‘tas loco o qué chingados tienes. Solo reza cabrón, si es que sabes -dice, y se baja.
Entonces, de golpe, recordé que no, que no sabía rezar dizque porque era ateo.
Por el retrovisor se ven.
Una noche oscura, un primo policía, cinco camionetotas con más gente que la que caminaba por las calles y el reportero que llegó de Victoria, con mucho, mucho sudor en las manos.
Dos eternos minutos y ya estaba de vuelta, serio, muy serio.
Justo cuando abre la puerta de la camioneta, como en cámara lenta pasa el desfile de vehículos. Entonces se ven pasar en corto e incluso un individuo, que viajaba de copiloto, saca la cabeza y observa fijamente, con el cañón de un arma larga pegado a su nariz.
La camioneta se detuvo apenas unos segundos, los suficientes para ver que el sujeto “empecherado” hizo algo muy extraño: se puso el cañón de lo que después se supo era una AK-47 a la altura del corazón y con la mano libre hizo una especie de saludo, tipo militar.
Y se fueron.
El primo ya estaba en la camioneta, con tiempo hasta para burlarse.
-Que güey ¿no te measte en los pantalones?
Se iba a llevar una mentada de madre pero atajó, en el acto.
-Ya, ya cabrón, porque yo sí ya mero hasta me cagaba.
-¿Qué querían?
-Pues como lo supuse, ya saben que andas aquí y querían saber qué onda contigo.
-Cómo que qué onda conmigo.
-Sí güey, ya saben todo de ti, pero quieren saber si te vas a ‘ondear’ y a hacerla de pedo. Antes de que llegaras a Matamoros, también a mí me dieron un jalón para preguntarme en qué plan venía, y les dije la verdad, que como familiar.
-¿Y qué les dijiste de mí?
-Pues lo mismo cabrón, ni modo que tú y yo solos la vayamos a hacer de pedo. Ya ves lo que te dijo el Procu, así que déjate de mamadas.
-¿Viste el movimiento que hizo el güey ese con el arma antes de saludar? No lo entendí.
-Mira, vine como familiar pero también soy policía de carrera y no soy pendejo. Acá en Matamoros tengo compas en la corporación y me contaron la versión de ‘aquellos’. Quieren que se sepa que la intención no era matar a Paco sino darle un escarmiento por lo que escribió en la columna que tú ya sabes, pero lo dejaron en manos de un güerco pendejo que quiso hacer méritos con su jefe y se le pasó la mano.
-¿Está medio jalada esa versión no crees?
-Jalada o no esa es la versión de ellos. Dicen que no quieren que se les caliente más la plaza y hasta ofrecen hacer algo que ellos llaman ‘de buena fe’.
-¿Lo van a revivir o qué?
-Fuera bueno… pero han mandado decir que los que mataron a Paco van a ir apareciendo muertos, uno a uno, en cualquier calle de Matamoros.
-O sea ¿debo interpretar que la señal del bato ese del AK-47 hacía alusión a eso?
-Mejor interprétalo de otra manera primo: te mandaron una señal de paz, quizás porque les dije que eras macizo y que tú ya me habías dicho que no venías como periodista, que ni una pinche pluma traes.
UN MES DE TENSA CALMA E IRRUMPE PALOMA GUILLÉN CON SU GUERRA SUCIA
Como era de esperarse, las investigaciones transcurrían “sin novedad en el frente” pero, incesante el escándalo que había provocado la saña utilizada para victimar a Francisco Arratia y que diariamente se reproducía en medios mexicanos, de Estados Unidos e incluso de España, al gobernador Tomás Yarrington empezó a urgirle dar por finiquitado el asunto y urdió lo que en estos casos casi siempre ha sido regla general: victimizar a la víctima.
La secretaria general de Gobierno, Mercedes del Carmen Guillén Vicente cometió un dislate y un compañero periodista dio el pitazo.
-Aguas güey, Paloma Guillén va a empezar a filtrar a los medios que el de Paco fue un crimen pasional, que en su teléfono encontraron evidencias de que tenía otra mujer.
La línea directa con Ramón Durón y Héctor Fernando Vallejo seguía activa y aguantaron a pie firme la advertencia:
-Procurador, si le dan esa salida al asesinato de Paco se romperá el pacto convenido y no me voy a quedar callado, porque no se vale que le falten al respeto a su familia.
La reacción de Durón Ruiz fue una sonora interjección, que se quedará guardada por respeto a la condición de mujer de Mercedes del Carmen Guillén.
Sin embargo, sí fue un teléfono celular el que detonó el escándalo, pero otro escándalo, uno que quedó intramuros y en el que participaron el gobernador Tomás Yarrington y el presidente Vicente Fox.
A casi tres semanas del asesinato del periodista, los agentes de la entonces SEIDO y los policías al mando del fiscal Vallejo García, detectaron tres llamadas telefónicas hechas desde el desaparecido celular de Francisco Arratia, ese que según Paloma Guillén usaba para tener contacto con la otra mujer que le querían inventar.
-Solicitamos la ‘sábana’ a la empresa telefónica y en el listado constatamos las tres llamadas. Resulta que alguien lo tenía, que obviamente no era el señor Arratia, y eso nos encendió las alarmas -pormenorizó Vallejo
Ya con pistas sólidas, intervinieron el teléfono y aguardaron a que se activara de nuevo para ir en pos de quien, confesó el mismo funcionario, suponían un raterillo de poca monta que seguramente lo había robado cuando, moribundo, el periodista yacía abandonado a unas cuadras de la Cruz Roja.
El martes 24 de septiembre se activó el teléfono y empezó la movilización. La información los condujo a una casa nada ostentosa y muy lejos de parecer sospechosa.
Pero se llevaron una sorpresa. El poseedor del teléfono celular era un ex miembro del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, en cuyo domicilio escondía un arsenal que afortunadamente para los agentes aparentemente no tuvo oportunidad de utilizar en su defensa.
Luego entendieron que en realidad sí pudo utilizar por lo menos su pistola Pietro Beretta o su rifle AR-15 con tres cargadores y 81 cartuchos hábiles que poseía como armamento para uso personal, pero se abstuvo porque en la vivienda estaban su pareja y una pequeña niña, su hija, que seguramente no quiso exponer.
LA DETENCIÓN QUE ABRIÓ LAS PUERTAS DEL INFIERNO
Ramón Durón Ruiz, Héctor Fernando Vallejo y la SEIDO dimensionaron tarde la detención accidental del ex Gafe, pues la idea era alargar un caso que, desde el principio, admitieron que jamás iban a resolver, no porque no quisieran sino porque no podían y además no le era permitido ni a los militares mismos.
Antes de que pudieran reaccionar se les vino el mundo encima.
La historia, contada alternativamente por Durón Ruiz y por el fiscal Vallejo García -o por ambos al unísono- expone claramente cuánto vale la vida de un periodista, de un Procurador de Justicia o de un policía cuando lo que se impone es el interés político o la lucha por el poder.
La noche de ese día de septiembre, los teléfonos de las oficinas de la Procuraduría de Justicia de Matamoros empezaron a sonar, incesantemente.
Estaban todos, pero para responder no estaba nadie.
Decenas de hombres armados tenían sitiadas las oficinas y varios lanzagranadas apuntaban directamente al lugar que albergaba a los funcionarios, paralizados por el miedo.
Todos se aventaban la bolita y nadie contestaba.
Hasta que el Procurador hizo valer su autoridad y ordenó que alguien levantara el teléfono y contestara. El agente que lo hizo solo escuchó mentadas de madre y otros improperios.
Querían hablar con Durón Ruiz y con nadie más.
El Procurador mismo lo contaba sin mucha pena, porque los agravios y los ataques verbales por medio de la línea telefónica eran un juego de niños comparado con lo que le harían a él y a su familia si lo agarraban vivo
-Me decían de todo. Me retaban a que les contestara o de lo contrario volarían las oficinas de la Procuraduría.
-¿Y ustedes no tenían capacidad de fuego para responder?
-¿Las armas de la policía contra las de ellos? ¡Pues cuándo! Además eran un chingo de cabrones.
Lo que el grupo armado quería era que el Procurador mismo les entregara al ex Gafe detenido, lo que admitió que sin duda habría hecho para salvar la vida de todos, pero había un inconveniente: el gobernador Yarrington acababa de amenazarlo con correrlo si les entregaba al delincuente.
Ocurría que la cadena de presiones, de índole binacional, ya alcanzaba al mismo presidente Vicente Fox, quien a su vez acababa de amenazar a Tomás Yarrington.
TU CABEZA O LA MÍA RAMÓN. Y DE TÍ DEPENDE QUE NO SEA LA TUYA: YARRINGTON
Confiado en que haría algo por quienes estaban a punto de ser barridos a balazos por los delincuentes, Ramón Durón hablaba una y otra vez con Tomás Yarrington.
Hasta que el gobernador explotó y se lo dijo abiertamente.
-Mira Ramón, escúchame bien: el presidente Vicente Fox quiere cabezas, y te aseguro que no va a ser la mía. De ti depende que no sea la tuya.
Por su lado, Vallejo García igual recordó vívidamente esos momentos, que aterrado también vivió el director de la PJE José Guadalupe Castillo Celestino y demás funcionarios de la Procuraduría de Justicia.
-La verdad yo esperaba lo peor, pensé incluso que nos iban a quemar vivos y que el gobernador no iba a sacarnos de ahí.
Ramón Durón contó que, atemorizado, le llamó nuevamente a Tomás Yarrington para decirle que estaban a punto de entrar por ellos y que tenía que hacer algo de inmediato para evitarlo.
Yarrington sí le contestó, pero lo que le dijo lo dejó estático.
-A ver a ver Ramón, otra vez. Si dejas ir a ese cabrón voy con todo contra ti. Ya te dije: antes que yo te vas tú.
-Pero entonces qué hago gobernador, cada vez están más cerca de entrar por nosotros.
-Manda a alguien a hablar con ellos, a un buen negociador que les diga cómo están las cosas con el presidente Fox, que por eso no se los puedes entregar. Que ya pasado el escándalo se arreglarán las cosas.
-Casi le miento la madre, pues quién chingados se iba a atrever. Ni siquiera podíamos asomarnos por una pinche rendija.
Por eso, el Procurador de Justicia le tuvo que dar a Yarrington la mala noticia.
-Señor gobernador, tienen miedo, nadie quiere salir.
Cuando el gobernador le preguntó si estaba ahí el director de la Policía Judicial del Estado, Castillo Celestino hubiera preferido ser invisible.
Como se esperaba, le tocó perder al comandante de la PJE en Matamoros, quien se persignó apenas el Procurador terminó de darle el mensaje que debía llevar a quien encabezara al violento grupo armado que amenazaba con volar las oficinas con todos adentro.
El comandante salió muerto de miedo y se dirigió caminando hacia un destino incierto.
Atisbando por cualquier rendija que estuviera disponible, los que quedaron adentro pudieron ver algo que los llenó de esperanza. Un interminable convoy de vehículos llenos de hombres armados para la guerra empezaba a alejarse velozmente de las oficinas de la Procuraduría.
Sorprendidos por el aparente poder de convencimiento del comandante, esperaban ansiosos que llegara para que les diera los pormenores de la negociación.
Unos minutos después lo que llegó fue una nueva llamada telefónica que, entonces sí, Ramón Durón se apresuró a contestar.
Los gritos que escuchó lo aterrizaron. Eran del comandante.
Los delincuentes habían levantado al policía y lo estaban torturando en la salida a Ciudad Victoria.
-Ya escuchaste pendejo, vamos a matar a tu comandantito si no nos entregas a nuestro compa -amenazó una vez más la voz de trueno del cabecilla del grupo armado.
Lívido, Ramón Durón colgó y llamó otra vez a Tomás Yarrington.
-Señor, nos levantaron al comandante, lo están golpeando y lo van a matar si no les entregamos al detenido.
-Chingada madre Ramón. Ese que mandaste a negociar ¿es policía o no es policía?
-Sí gobernador, es el comandante de la Policía Judicial.
-Entonces, cuál es el problema Ramón. Desde el primer día que él se metió de policía debió haber sabido que alguna vez se iba a morir. Así que nada de intercambios o ya sabes lo que te pasa.
-Pero… ¿y si lo matan gobernador?
-Pues que lo maten Ramón…
Continuará en la Parte 2.
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