Antonio Arratia Tirado
Cd. Victoria, Tamaulipas.– El Procurador de Justicia de Tamaulipas está contando -como la vio y la vivió- la historia del proditorio asesinato del periodista matamorense Francisco Arratia, uno más de los crímenes contra comunicadores que se han cometido en Tamaulipas y en el país entero.
Ramón Durón Ruiz parece que se quiebra, cuando recuerda la voz fría, metálica y extrañamente inexpresiva de Tomás Yarrington.
Una frase corta pero trágica, del tamaño de toda una vida, porque lo que estaba dictando era prácticamente una sentencia de muerte en contra de un comandante de la antes llamada Policía Ministerial del Estado, que en nombre del gobierno de Tamaulipas negociaba una especie de armisticio, un pacto, una tregua con el poderoso grupo armado.
-Que lo maten -le dijo Yarrington al Procurador de Justicia.
-¿En serio eso dijo el gobernador?
-Eso me dijo Toño. Te juro que cuando escuché eso me dieron ganas de mandar todo a la chingada, porque ya no le importaba el periodista, ni el comandante, ni el Procurador. Le preocupaba salvar su cabeza ante Vicente Fox.
-Pero entonces cómo salieron indemnes de eso.
Ramón Durón hubiera querido contar que al final del camino el gobernador de Tamaulipas se condolió e intervino para salvar la vida del comandante, pero admite que la verdad fue otra.
-La verdad es que esos cabrones como que se compadecieron del comandante y lo tiraron a un lado de la carretera. Madreado pero vivo. Finalmente el gobernador se vio precisado a hablar con Vicente Fox para explicarle la situación y el Presidente dio la orden. Nos mandó un chingazo de militares para resguardar las instalaciones de la Procuraduría de Justicia.
Cuando llegaron los militares el alma volvió al cuerpo de policías, funcionarios y demás personal, que habían estado sitiados por el grupo armado.
SIGUEN LAS INVESTIGACIONES DE “RUTINA”
Momentáneamente a salvo, el personal que la Procuraduría de Justicia tenía en Matamoros por espacio de hacía más de un mes empezó a ocuparse de algo que parecía de rutina, probar algo que casi todo Matamoros sabía: que el ex militar detenido era parte del grupo responsable del asesinato del periodista y cuya única conexión con él era el teléfono celular.
Pero se toparon con pared.
Desafiante, el ex Gafe resultó un hueso muy duro de roer. Durísimo, porque solo y su alma se batía como una fiera en contra de los agentes de la PJE y de la SEIDO, éstos que tenían órdenes de acompañar las investigaciones y permanecer en Matamoros.
Cansados, fatigados y llenos de miedo los agentes veían pasar las horas y los días y nada de lo que hacían servía para hacer confesar al consumado delincuente.
El fiscal Héctor Fernando Vallejo narra los momentos cruciales que vivieron cuando les tocaba estar frente a frente con el detenido, al que nadie habría querido conocer.
Y es que las circunstancias habían dado un giro inesperado, considerando que nadie iba a ser detenido por ese crimen y ahora, dada la colisión entre Tomás Yarrington y Vicente Fox, era una prioridad cerrar el caso con un asesino confeso que ya después bien podría ganar la calle por un error de procedimiento o por un amaño burocrático.
Era extraño ver armado a Vallejo García, pero ese día, que ofrece los pormenores de la investigación, sobre su escritorio yace una pistola escuadra como perdida entre una montaña de carpetas y documentos, que eran solo una parte del expediente del caso.
-¿Y eso?
-Disculpa, pero es que ahorita tengo miedo hasta de mi sombra -responde.
‘ME TOCÓ INTERROGAR AL DIABLO’
-¿Qué pasó?
Y cuenta.
-Por poco se nos va el bato, no podíamos con él. En mi trabajo he interrogado a decenas de asesinos, ladrones y toda clase de delincuentes. Cientos de cabrones felones y decenas de güeyes muy inteligentes, pinches fieronas. ¿Pero te confieso algo?… esta vez me tocó interrogar al diablo.
El fiscal solo escucha silencio como respuesta y supone que no se les está dando crédito a sus palabras.
-No me estoy adornando Arratia. Tú me conoces y sabes que me han tocado casos difíciles, pero ninguno como éste.
-Desde el inicio que hicimos el acuerdo, ustedes y yo sabíamos que el de enfrente era un poder descomunal imposible de vencer. Por eso te creo, abogado.
-Arratia ¡Nunca me había causado tanto temor un cabrón, incluso estando esposado!
Vallejo explica que el temor le llegaba por dos vías: por la vía directa del ex Gafe que continuamente se burlaba de él y por el lado de Tomás Yarrington, que ya les había avisado al Procurador y a él que serían despedidos si no documentaban con pesados elementos probatorios que el detenido era uno de los asesinos.
Pero no podían someterlo.
-Abogado ¿me vas a decir que la Policía Judicial y la SEIDO en verdad utilizan métodos científicos para interrogar a los detenidos? -se le preguntó a Vallejo.
Y no fue una incitación a que recurrieran a los “métodos tradicionales”, sino la certeza de que la policía los utiliza siempre en los interrogatorios para convencer a los detenidos y armar los casos más rápido.
-Si supieras cuántas madrizas se llevó.
-¿También de los agentes de la SEIDO?
-¡Hasta nos turnábamos! Y ni ellos ni nuestros agentes podían con él.
Entonces Vallejo García hizo una especie de retrato hablado del diablo al que le tocaba interrogar, del demonio con el que vivía de día y de noche porque estaba a punto de escapársele y no había poder humano que lo doblegara y lo obligara a confesar.
Retrata un cuadro sobrecogedor. Escenas que se repetían de día o de noche, siempre el reloj caminando en contra suya y del Procurador. Incluso hasta de los agentes de la SEIDO.
-Parece que lo estoy viendo venir -comenta, como si en verdad lo viera.
-¿Qué ves abogado?
-A una fiera que se regodeaba insultándonos y amenazándonos, desde el primer interrogatorio.
Cuenta que la primera vez que lo vio venir hacía él, esposado, vio a un sujeto común y corriente, hasta dócil en el caminar y actuar. Pero todo cambió cuando sus miradas chocaron.
Lo que vio lo dejó frío, pero lo que escuchó le provocó escalofríos.
Y entonces supo que se le acaba de aparecer el diablo, en plena mañana.
-Se me quedó viendo fijamente… y cuáles crees que fueron sus primeras palabras.
-Dímelo tú abogado…
-Lo primero que me dijo fue que si nadie me había dicho que yo ya estaba muerto. Ahí me di cuenta que las cosas no iban a ser fáciles; entendí que el que teníamos enfrente no era un asesino cualquiera y teníamos que emplear todos los medios a nuestro alcance para lidiar con él.
-¿No sería que estaba blofeando?
-Si tú hubieras visto esa mirada te habrías dado cuenta que no. Ya sabíamos que era un ex militar entrenado por expertos, trabado el cabrón, pero no habíamos calibrado que sus conocimientos los emplearía con nosotros.
Vallejo hace un recuento de las horas y días de interrogatorios, de la desesperación y el miedo que el sonido de los rumores apenas les dejaba dormir unas cuantas horas.
Los abogados del detenido presionaban y el diablo se regodeaba en su reino, burlándose, amenazando y contándoles en la cara los minutos que les quedaban de vida.
Al fiscal no le contaba ni los segundos, pues a los ojos del delincuente Vallejo ya estaba muerto, pero seguía sin saberlo.
-¿Me puedes contar qué pasaba en esos interrogatorios, de un día de esos, de desesperación?
-Lo que más me molestaba era que me dijera bebé…
-¿Te decía bebé? -devolví, la risa apenas contenida.
-Nomás me veía y me decía: quiúbole putito, cómo amaneció el bebé hoy. Me emputaba eso. Yo quería suponer que era una guerra psicológica, de esas que se dan para tratar de minar o ablandar al enemigo, y para la que uno está preparado, pero con él ese no era el caso.
-¿Lo suponías o ese no era el caso?
-El caso es que él me suponía muy verde, muy inexperto. Sabía muy bien que el tiempo era su mejor aliado y que sus abogados lo desvincularían del asesinato del señor Arratia, porque el celular no era una prueba concluyente que lo implicara.
-Pero la posesión de armas sí era una prueba contundente…
-¿Y a nosotros de qué chingados nos servía eso? ¡Eso no le servía al gobernador en su pedo con el presidente Fox! Necesitábamos un culpable por la muerte del periodista. Ya sabíamos que el detenido estaba implicado pero no podíamos hacerlo confesar para poder probarlo.
-Dime la verdad abogado ¿estaban utilizando con él los métodos de investigación ya conocidos por todos?
-Te digo que eran madrizas tras madrizas. Y no se doblaba. Iban y lo traían. Iban por él otra vez y era lo mismo. El cabrón ya estaba bien puteado y siempre salía con su pendejada: ‘qué, putito ¿ahora sí ya te dijeron que estás muerto?’.
ERA DE NOCHE CUANDO AL FISCAL SE LE METIÓ EL DIABLO
Una noche, como si fuera de día porque ya casi no recordaba lo que era dormir a pierna suelta, Vallejo García iba por su segunda cerveza del “six” del que se había provisto para aguantar la desvelada cuando fue asaltado por una idea desesperada.
Ni siquiera vio el reloj, brincó de la cama del cuarto de hotel donde rumiaba su desesperación y empezó a hacer llamadas.
En unos minutos habían dejado sus respectivas camas los agentes de la PJE y de la SEIDO que se acompañaban en los interrogatorios, como un solo equipo.
Esperó a que estuviera el equipo completo -todos ya con la moral por los suelos- para decirles que se iba a jugar su última carta.
Jaló a un rincón al jefe del equipo de la SEIDO y recuerda que le dijo:
-Compañero, ustedes sí la van a librar porque tienen un caso. Por posesión de armas se lo pueden chingar, pero nosotros casi estamos en la lona. Ya vieron cómo ni nosotros ni ustedes hemos podido con él.
Soñoliento, el agente federal terminó de despertar, al tiempo que esperaba ver a Vallejo sacar una varita mágica que finiquitara de una vez por todas el asunto, y así todos podrían irse de Matamoros, esa ciudad fronteriza a la que jamás podrían ni querrían extrañar.
-Qué quieres hacer abogado.
-Lo que te voy a proponer no me gusta ni a mí, pero es mi última carta y necesito que me apoyes. Estamos juntos y espero que no sea ahora cuando se rajen.
-Por eso abogado, ya fue mucho rollo. Suéltala, porque nosotros también ya estamos hasta la madre de esto y como tú queremos irnos de aquí. ¿Cuál es esa carta que traes bajo la manga?
-La mujer y la niña del detenido. No debo hacerlo, pero las quiero utilizar para tratar de vulnerarlo. Es la única posibilidad de encontrarle un punto débil y que se doble. Pero antes necesito saber si me apoyan en esto o no. Si me dices que no, créeme que lo entenderé, porque nos podemos meter en un pedo con los de Derechos Humanos.
-Va, sobres, pero de una vez -le respondió decidido el agente federal.
La mirada del fiscal es otra cuando narra esa parte de la historia.
-Qué te pasó abogado ¿se te metió el diablo?
Vallejo sonríe por primera vez cuando cuenta relata ese episodio.
-Pues me oiría mal si te dijera que la idea me cayó del cielo. Pero, la verdad, después de todo lo que nos había pasado recordé esa máxima popular que dice que para un cabrón, otro cabrón. Pasa a veces en la vida que las circunstancias te obligan a dejar de ser el pendejo que los demás suponen que eres, y te ves obligado a actuar de acuerdo a esa nueva circunstancia, tope donde tope.
-¿Sentiste tocado el orgullo con lo de bebé y putito?
Responde que sí, que por eso y por todo lo demás.
PRIMERO NO HABLABA, Y LUEGO ¡YA QUERÍAN QUE SE CALLARA!
-Abogado ¿qué hiciste con la pareja y la niña del detenido?
-Fui a verlo. Y ya sabes. Lo mismo de siempre: altanero, soberbio, sobrado el cabrón.
-¿Otra vez te dijo bebé, abogado?
-Ya ni me lo recuerdes, porque voy a verlo hasta donde esté -y suelta la carcajada.
Antes de continuar, agarra la pistola y la guarda en uno de los cajones de su escritorio, como si fuera un acto simbólico apropiado para avisar del fin de una batalla.
-Cuando vi venir al detenido ya no me hicieron mella sus insultos, sus desplantes.
-No puedes vivir sin verme, pinche abogadito de quinta ¿todavía no te cae el veinte de que ya te moriste y de que te me pelé? -soltó el puyazo el detenido.
A pesar de esa soberbia, cuenta Vallejo que por primera vez sintió que ya lo tenía. No porque percibiera una señal de debilidad en el detenido, sino porque algo en su fuero interno se lo indicaba.
-Más seguro que nunca me le paré enfrente, cara cara, con las miradas fijas uno en el otro.
-A ver abogado, te interrumpo ¿llevabas contigo a la mujer y a la niña?
-Claro que no, pero eso él no lo iba a saber.
El fiscal hace un alto para admitir que hubo un momento en que tuvo que reconocer el valor y la entereza del detenido. Uno hombre de voluntad férrea e inquebrantable. Por eso repetía que no se habían confrontado con un ser humano, sino con el diablo.
-Los peores criminales deben tener un sentimiento, aunque muy escondido -supongo, y tú eres el que sabes de eso.
-De ahí surgió mi idea, precisamente. Esa noche yo me preguntaba sin en un cabrón como esos puede haber algo bueno, si pueden querer a alguien. Fue entonces cuando, y lo digo con pena, me acordé se su familia. Ahí estaba la clave.
-Ya estás con él, cómo se lo dijiste.
-Así, como iba. Pelear en su terreno era ya lo más conveniente, porque no había otra opción. Era bajarlo a la primera, sin dejarlo levantar.
-Pero aun no entiendo qué uso le ibas a dar a su familia.
-Apenas me estaba diciendo que a quién le tocaba madrearlo y lo paré en seco. Le dije que teníamos con nosotros a su pareja y a su bebé. Me inquietó que su rostro permaneciera imperturbable. ¿Y si hasta su familia le vale madres?, pensaba yo.
Recuerda que el detenido dejó de verlo a él y clavó la vista en los agentes federales, que se hicieron los desentendidos, como si la virgen y no el diablo fuera quien los observara.
-Mira cabrón, es la última vez que quiero verte y solo vengo a decirte que tienes de dos sopas ¿quieres saber cuáles son?
Dice que el detenido le recetó una soberana mentada de madre, pero por primera vez no le dolió, porque también por primera vez lo vio exaltarse. Ya lo tengo, se dijo para sí.
-Escúchame bien, porque no te lo voy a repetir: si no confiesas cuál fue tu participación en la muerte del periodista, jamás vas a volver a ver a tu pareja ni a tu hija.
Y el ex Gafe, finalmente, empezó a doblegarse. El fiscal lo vio en su mirada.
-Hijo de tu chingada madre ¡con la familia no se vale cabrón!
El fiscal, por primera vez, había emparejado el marcador con el delincuente.
Pero faltaba el punto extra, la estocada final.
-Claro que con la familia no se vale, pero eso tú lo vas a decidir.
-¿Y qué chingados quieres?
-Ya te dije: o confiesas la verdad o tu familia sufrirá las consecuencias.
-¿Y si hablo que garantía me das de que ellas estarán a salvo?
-Somos ley, no delincuentes como tú.
-¿Y si no hablo que piensan hacer con ellas?
-Sencillo: tu pareja va a la PGR y a prisión por el delito de acopio de armas y la niña va al DIF, donde una familia decente la pueda adoptar. ¿Crees que las volverás a ver?
Doblegado, pero en búsqueda de una última oportunidad, clavó la mirada ahora en los policías federales, y preguntó al jefe de ellos:
-¿Estos pendejos pueden hacer eso?
-No, no pueden ¡lo van a hacer cabrón! -le respondió.
Fue hasta entonces cuando de buena manera pidió algo, y por favor: una silla dónde poder sentarse.
Y habló, habló, y siguió hablando.
Vallejo recuerda que el detenido confesó en qué lugar había sido torturado Paco Arratia y hasta ofreció llevarlos a la casa de seguridad por si querían hacer las diligencias de rigor.
-¿Y qué encontraron?
-¿Que qué encontramos? Pues si no fuimos. ¡Qué chingados íbamos a ir!
El fiscal estaba removiendo la montaña de expedientes y elige un grueso volumen.
-Arratia, durante días te he enseñado un chingo de documentos, pero ahora quiero que eches una ojeada a estos expedientes.
-¿Qué es?
-Vas a ver claves, números, nombres, alias y actuaciones de los procedimientos. Te confieso que hay otros documentos que no te puedo dejar ver, porque son confidenciales y me está prohibido.
Doy una ojeada a varias carpetas y se las regreso.
-No, ya no quiero ver más.
-Me da gusto que lo entiendas, porque es como si estuvieras viendo un montón de muertos.
-Me lo explicas o lo dejas a mi imaginación. Aunque si me atengo a las versiones que ya escuché una y varias veces, quiero suponer que sé de qué se trata.
-Sí, van a ir apareciendo varios muertos por las calles de Matamoros.
-Abogado, voy a preguntar algo que te puedes reservar porque corresponde al ámbito personal, aunque de alguna manera está vinculado con lo que pasó en Matamoros.
-Si puedo te contesto y si no me hago pendejo.
-Más allá de ese incidente del sitio de las oficinas de la Procuraduría de Justicia, en que había decenas de armas apuntando en su dirección ¿sentiste en peligro tu vida?
Vallejo guarda silencio unos minutos y se pone serio, muy serio. Y suelta:
-Mira, tú sabes que me la prometieron. A medias, no del todo o como haya sido, pero el caso se resolvió. Pero yo ya soy hombre muerto. El día que terminamos, un viejón amigo mío (funcionario de la Procuraduría) me pidió que me saliera cuanto antes de Matamoros, que aún era muy joven para arriesgar mi vida de esa manera. Y le dije: mira viejo, te agradezco que te preocupes por mí, pero vaya a donde vaya, cuando quieran me van a matar.
-¿Y qué hiciste?
-Ya estaba resignado. Me fui a un depósito, me compré un “six” de cervezas y me fui a mi cuarto de hotel… a esperarlos.
Todo lo dicho por Héctor Fernando Vallejo García fue rubricado por el Procurador Ramón Durón Ruiz, en los días inmediatos.
Pero también contó sus vicisitudes, esas semanas negras que pasó en el infierno llamado Matamoros. Me pidió pasar al edificio que entonces ocupaba la Procuraduría de Justicia, donde ya esperaba tras el volante de su carro.
Agarró la carretera a Monterrey y, durante unos cinco minutos, condujo en silencio.
Era un pleno y soleado mediodía y un brillo poco común se podía ver en sus ojos.
Fue entonces que habló.
-Tú lo viste y lo viviste cabrón, se hizo lo que se pudo.
Ramón Durón se limpió de un manotazo una humedad traicionera que empezaba a empañar sus ojos.
-Procurador, hablé con Héctor Fernando y me lo dijo. ¿Qué hiciste tú cuando acabó lo de Matamoros?
-Yo apagué el teléfono y el radio. Agarré mi vehículo, tomé carretera y me vine de Matamoros, sin avisarle a nadie. Ya casi para llegar a Padilla encendí los aparatos. Tenía un chingo de llamadas perdidas.
-¿Así, sin más?
-Sí, así, porque era lo más conveniente. Si seguía allá, en cualquier esquina me iban a matar. Ya le había dicho a Fernando que se zafara, que se cuidara. Pero ni a él le dije que me venía, no porque dudara de él. Ese pinche pelado es leal y merece toda mi confianza, pero uno solo hace menos bulto. Además, no quise arrastrarlo conmigo.
-Además de las amenazas en las oficinas de la Procuraduría en Matamoros ¿recibiste otras?
La de Durón Ruiz no fue una sonrisa amarga, sino una mueca en la que aún se reflejaba el terror vivido en la ciudad fronteriza.
Aun sin contestar, suelta la mano izquierda del volante, aferra la derecha y se enseña el brazo a sí mismo.
-Mira, yo te puedo mentir pero mi miedo no puede.
Y sí, la piel y los vellos del brazo izquierdo estaban erizados.
Ya no hay necesidad de preguntas, pero él lo cuenta, sin presiones.
En un franco desahogo, el Procurador de Tamaulipas relata todas las formas y métodos que los sicarios le ofrecieron y prometieron para asesinarlo, tantas como si las hubieran tenido en oferta.
Duele decirlo, pero esos dos funcionarios que por lo menos intentaron cumplir a cabalidad con su trabajo ya están muertos (por causas distintas). Y duele más, porque en México los periodistas siguen siendo asesinados, sin que algo o alguien ponga freno a eso que se está volviendo una costumbre.
Si la prudencia no empezara a tocar la puerta, este pedazo de historia seguiría, seguiría y seguiría, porque los protagonistas fueron muchos pero ellos afortunadamente siguen vivos. Muchos que ofrecieron y aportaron una ayuda invaluable, como el periodista Armando González Treviño, gran amigo y casi hermano de Paco Arratia, cuya muerte no ha terminado de llorar y que, el pasado el lunes, encabezara en Matamoros una manifestación de protesta por la cadena de asesinatos de periodistas a lo largo y ancho del país.
Eso es lo que hay.
Ni siquiera un menú compuesto por dos sopas…
Correos electrónicos: [email protected] y [email protected]
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