Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Los mexicanos somos hijos de la pasión. Salimos de casa ya con la pasión y la incertidumbre comprada, preguntando si vamos a volver, o qué será de nosotros sin nuestra santa madrecita. Tenemos miedo pero nos gusta el riesgo, la posible explosión o implosión.
Amamos con una pasión casi cruel a nuestra patria y nunca hacemos nada por ella, saludamos a la enseña muy apenas, con cierta hueva.
En deportes de amplio espectro la afición es dominada por la pasión y sí el Chicharito metiera un gol, este domingo le aplaudimos y el siguiente lo aborrecemos. Desde la tribuna lanzamos objetos y gritamos que le den vuelo a quienes se lo tengan que dar. Somos drásticos Nerones y quemamos la ciudad en ese fuego. Ya en casa extrañamente cambia todo.
Por eso Hidalgo se quedó enclavado en cientos de calles que llevan su nombre. Si la raza supiera que el bato que nos liberó de la esclavitud tenía un esclavo a su servicio, y hasta era prepotente y toda la cosa, n’ombre ya hubiéramos sacado a los chiquillos de esa escuela que para no variar lleva también su nombre.
En México los héroes nacen tal como mueren: con la misma eficiencia y voluntad encima de ellos, son amados con el mismo poder y fuerza en la cual son luego denostados, ya muerto todavía le echan tierra, grilla, y hasta tumban el monumento roñoso que le construyeron sus mejores amigos.
Por eso se cuidan tanto la imagen los candidatos en las campañas, nada que no se compre con una lana. Y todo sirve al escarnio.
Somos apasionados y pasionarios, queremos que nos quieran como queremos, y a veces lo demás es lo de menos, y somos capaces de matar, o que nos maten, por cualquiera, por más que nos digan que la vieja está bien fea “así la quiero”.
Eso sí, somos picudos, el que nos busca nos encuentra. Y si alguien se anda peleando queremos ver sangre o vestirnos de héroes: “eh por eso, tranquilos, no mames, espérate, no hay necesidad de llegar a las manos”… y nos aporreamos.
Hay la clásica pasión por el más débil, fieles seguidores del infortunio de otros, de los desarraigados, de los desposeídos. Y armamos una revolución por la justicia y la libertad, siempre y cuando esa justicia y libertad junto con los chingazos sean por internet. Ese ya es otro boleto. Estamos tranquilos chupando.
Limpiamos con nuestras manos parques y jardines, odiamos a las autoridades, la traemos casada contra los vecinos, nuestra casa es una trinchera donde hay de todo, se duerme con el enemigo. Tratamos con madre a los extranjeros, aunque nos ignoren. Nos compadecemos del perro y queremos partírsela al vecino.
Esa misma pasión nos hace ser bastante solidarios, somos los primeros que nos arremangamos la camisa para echar una mano a los refugiados y exiliados del mundo. Más allá de eso en el extranjero nos ven con desconfianza. En algunos lugares el mexicano es imprescindible, sin embargo. Hay mexicanos triunfando en el extranjero.
Pasión que nos domina y al volvernos “famosos” vía twitter, fecebook, youtube, o en el video más viral del planeta, los mexicanos presumimos de ser ante el mundo los más escandalosos, los más cogelones, y sí hay un mexicano en alguna parte del mundo que haya logrado algo, lo que sea, no importa, lo hacemos gloria nacional, aunque esto haya sido nomás echarse a una gringa, tomarse una foto encuerado.
HASTA LA PRÓXIMA.
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