Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Nadie sabe lo que el hombre aquel pensaba al dar el paso, antes de llegar a la esquina. A un lado de una bolsa de polietileno llena de polvo, justo donde había miles de huellas que otros pisaron sin molestarse en saberlo, sin tomar conciencia qué número de paso fue, cuál momento ocupaba de su vida, cuántos de esos pasos más faltarían para llegar a ese espurio sitio que aún no lo era, sino un monto gris en la imaginación.
Con frecuencia los pasos pisan agua enjabonada, sucia, reciclada de los cuerpos, de los miles de objetos innecesarios. Pisan la tierra enorme, la legendaria galaxia, el soñado precipicio de irse de bruces en la especulación juguetona mientras se llega.
Al dar el paso quise decir que algo se guarda en la memoria, algo tiene que ver la casa aquella, el negocio aquel pintado de morado, la escalera parada en la pared de la otra acera, poco tiene que ver si hay gente o hay una muy pensativa esperando algo, alguien quien fuera.
Das un paso y lo distes para todos lados, pues no hay tiempo ni se requiere medir los puntos cardinales, vas al sol sale o se mete, vas porque vas al sur al terrible norte. La calle es simplemente la vía que conduce, lo que hace diferente a ir brincando casas y edificios como entre el monte. Acá la orden es ir derecho y dar vuelta de repente a según el perro bravo que ande suelto, la mirada soberbia del señor que lava su coche enfrente, la mujer de Bernabé que está muy bien y hay que ver.
Uno no piensa si usted quiere en nada, de modo aparente. Lo cierto es que antes de dar ese paso tan significativo que suele ser instantes antes de llegar a la esquina, incluso antes de regresarte o de pensar en quedarte a vivir en esa parte de la ciudad, uno piensa.
Por tanto es de justicia saber lo que el hombre logra, qué lugar efectivo lo apoya, qué limpio terreno vislumbró para poner el pie acabado de andar, poseído por el Dios griego, por el mensajero azteca que llevaba y traía noticias de oriente a occidente.
Sobre la barda breve que da pie a un portón con anuncios de una venta de garaje, entre los árboles miniatura que la señora logró sembrar antes de que la tierra se destruya o no le pase nada mil años después, alguien puede saber lo que pensaba ese poeta.
La calle se incendia a los dos pasos y comienza a ser calle. Luego de un rato de andar, uno la identifica por su nombre. Pronto llega la tarde y oscurece los cuartos, los altos edificios, la amalgama resuelta en un vecindario.
Las personas son humo que escurren a la noche y se seca el invierno en la soledad del hombre que camina despacio para no llegar tan pronto al apellido aquel, al nombre que te nombra, la sombra que buscas, el árbol que cobija, el semáforo que detiene los coches presurosos.
Antes de dar el paso formidable, perfecto de tanto andar las banquetas, subidas y bajadas de la vida, el hombre pensó y no lo recuerda. Pensó algo por dentro, algo muy suyo, una querencia que no se borraría si de él dependiera, pero lo ha olvidado como todo lo que pasa.
El hombre pensó quizás que la siguiente vez se iría por la otra cuadra, tal vez ya es tarde, vio para todos lados antes de dar ese paso, se asomó a la otra calle que ya se anunciaba con su incertidumbre, su inquietud natural de suerte. Pensó en volverse, dar un paso atrás arrepentirse, correr.
Pensó, y tal vez nadie lo sepa nunca, sé en cambio lo que no pensó, porque son cosas que uno de hombre caminante por la calle antes de dar un paso sabe. Pero no se lo diré a usted, es un privilegio de nosotros lo que caminamos por la calle y vamos a dar el siguiente paso que suele ser tan definitivo como el primero, o como el último que se da, mientras puedes ir caminando y dando pasos sin pensarlos.
HASTA LA PRÓXIMA.
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