Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Adentro de esta noche, había otra noche.
Vine aquí para sentirme vivo. Inhóspitamente pienso que si guardo esta idea y la dejó morir adentro, moriré con ella y no pasará nada. Simplemente la olvidaré como se olvida una mañana, un mediodía en medio de la nada. Me olvidará el olvido.
Pero vine y es todo. La calle es oscura a menos que un foco se atreviese a media cuadra y otro apagado dé señales de vida en la esquina donde se ha juntado la soledad que una vez fue gente.
Esta es la ciudad más peligrosa del mudo y vine a verla en la noche, cuando no hay ni gatos. Los perros por extraña razón, aun los más bravos no han salido a decirme esta calle es mía. “Bórrale, está en mi privada, esta calle me corresponde”, pero nadie dice nada. Tampoco hay gente.
Son las dos de la mañana y puede que algo suceda. Dicen que es peligroso salir a esta hora, pero no pienso en eso. Pienso en lo hermoso que es caminar en el fresco y el tiempo solitario que hace gestos del otro lado de un árbol, entre fantasmas que se diluyen si te les quedas mirando.
A lo lejos se ve la luz de un carro. Primero es un gran foco incandescente, pero cuando se acerca te das cuenta que son dos y cuando pasa se nota que lleva gente.
La luz va por delante diciéndoles cuidado, aquí hay un bache, acá un poste, aquí se da vuelta de repente, y ese semáforo está loco se apaga cuando quiere. Y esto señores y señoras es el miedo.
Hay sitios por donde no pasa la luz, ni el agua, ni el miedo pasa, ni las calles quieran pasar pero las hicieron antes de que todo esto pasara.
Hay casas que no quisieran estar donde están, hubieran preferido ser otras de material, arriba de una barda, encima de una loma, no tan pisadas, protegidas por una dama, casa casa, una casa bien cuidada con alta barda, donde no se asome tan temprano la mañana.
Tiene la noche otra noche. La noche es este segundo en los dedos tronando, el minuto metido en las horas apretujado, las horas cayendo al suelo en su paso tranquilo y certero. La noche lleva la noche en el cuello.
Camino despacio y de lejos veo lo que no veo, escucho un ruido nocturno, es un enfermo de tos, la perfecta armonía se descompone en hojas quebradas, monotonía dejado en el día, revuelta en la noche del sueño, la noche es la precipitada oscuridad de los rincones.
Adentro de esta noche llevo mi noche, quién la quiere. Sin sombra, la noche se apodera de mi habla, dice las cosas que no dije, es un paso despacio, una piedra librada.
Son las dos la mañana. Un espacio muy dentro del pensamiento es caminar en la noche, sacar conclusiones, meter viejas concesiones a la carrocería del fastidio, del hartazgo, de la propia muerte, de la ajena muerte, de la misma vida.
HASTA LA PRÓXIMA
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