Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.-Con la mañana en las espaldas, la roca cruzada en la memoria, rayando el horizonte lejano, matizado de oscuridad como un presentimiento.
Comida por las sombras, absorbida de a poco en lo que se van acostumbrando sus ojos al acoso mortal de la invisibilidad, a la ceguera, Elisa creía que su suerte había cambiado repentinamente desde aquella noche en que empezó a ver los fantasmas.
Sabía que era solo su imaginación y que ella misma había empezado la broma, mintiendo a sus amigos de que había visto un ser extraordinario mirándola y luego desparecer en el primer movimiento de la mano o de un pelo, quien sabe.
El caso era aparecer se pronto y sorprenderlo, les decía, y ellos como buenos cuates que eran, pensaban que a Elisa le estaba perjudicando la soldad y nada le decían. Pues para qué. Al rato se le quitaría y no querían que ella viviera después bajo el estigma y la vergüenza que dan cuando reconoces lo tonto que uno puede ser.
La noche, esta vez se vislumbraba más oscura, o tal vez no, pero esa era la medida de hoy para Elisa, creer que la noche puede ser más oscura que las otras, o más tersa, o más caliente. El caso era ponerle un adjetivo para que no quedase una noche a secas y la gente pudiera entrar muy campante sin asustarse.
Y es que el cuarto tampoco era para menos. Conozco a muchos a quienes un día les hubiera dado miedo entregarse a esa capa fría que recorre la espalda y rueda por el suelo y vuela como papalote y estremece hasta el tuétano.
Entonces corres como un niño buscando la salida, huyendo de aquel ser extraño que parece perseguirte y meterse al cuerpo, o envolverte , o hincarte la cabeza hasta tronarte y paralizar una parte del cuerpo para impedir moverte o hablar, para pedir auxilio a la gente que pasa o se queda a verte la cara de espanto y ellos que tal vez no sientan menos, de esa suerte, o quizás lo tienen y no te dicen y te ven o fingen no verte para no ayudarte ni perder el tiempo en eso que hoy tanto necesitas: Un poco de compañía, de calor junto a la almohada, no ese fantasma que habías inventado indudablemente según la opinión del resto de la gente que conocía Elisa desde niña y que nuca habían creído en ella, mucho menos ahora que se le había aparecido aquel fantasma que no tenía nombre sino sólo un balbuceo inentendible y escurridizo, pues cuando ponía atención se esfumaba para volver más tarde en un descuido o al día siguiente.
Elisa podía ver el fantasma entre la gente, circular en su entorno riéndose, jugando o haciendo travesuras a los niños. Los adultos parecían también ver los fantasmas, pero nadie les creía por exagerados, por ridículos en extremo tal que caían en la realidad, creo que debieron estar acostumbrados a su compañía.
Con el tiempo los amigos y familiares de Elisa, que no eran pocos, salvo las veces en que la dejaban sola para checar sus reacciones, llegaron a conocer todos los pormenores del asunto y a su manera hacían circular sus respectivas versiones hasta que todo aquello se convirtió en un fenómeno.
Por las tardes, claro antes de oscurecer, una fila de personas del pueblo pasaba por el lugar tratando de ver a Elisa o a los fantasmas, imaginándola ver asomados a la ventana o vislumbrar su silueta tras las cortinas
Y en verdad. Una parte del día Elisa la pasaba en la ventana como tratando de estar en medio de la vida, tanto adentro, bajo el silencio de la soledad; o afuera entre la resolana que pegaba como cachetada en ese lado de la ventana abierta, sin aire, sin tiempo, sólo oscuridad y resolana.
Con el tiempo Elisa se acostumbró a que la gente le preguntaran las actividades realizadas por el fantasma y ella a su manera les explicaba que si esto o lo otro, en historias que fue acomodando en su mente revuelta, confundida entre el todo o el nada.
Sabía que la gente podía pensar mal de ella, enviarla a un manicomio. Los fantasmas no existen, le dijo una niña al tiempo en que le fruncía el ceño y se enojó con ella. Elisa no le dijo nada. Solo pensó por dentro “si supieras de lo que es capaz de hacer uno con tal de no estar sola”,… pero amanecía, y durante el día ya no podían verla.
HASTA LA PRÓXIMA.
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