Por Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Es el primer día de clases en la escuela primaria. En Tamaulipas cerca de 681 mil 805 alumnos regresaron a clases en educación básica este día. Habrá quienes, como Juanito, lo hagan en compañía de sus padres, por primera vez.
Para sus padres es un día especial, pero para Juanito más. Ha pensado en este día al menos desde que salió del kínder y que él sepa sus padres siempre han comentado acerca de este día que llegó como de un día para otro, ni cuenta se dio. El jardín de niños apenas fue un abrir y cerrar de ojos.
La escuela se encuentra a dos cuadras de su casa, pero sus padres lo acompañan, le soban la espalda, le ven a los ojos tratando de captar un desaguisado, una posibilidad de un llanto anunciado. Le toman fotos, tratan de no alarmarlo y lo están asustando.
Otros niños llegan corriendo de último momento, llegan en carro, con sus padres, con la vecina los más grandes, solos por un lado de la barda, llegan serios, alegres, tranquilos, llegan o faltaron por el eclipse, porque quizás se enfermaron, no pudieron llevarlos o simplemente, los hay, aquellos que no se levantaron.
Algunos niños lloran de plano ante la posibilidad de no ver a sus padres por un tiempo que para ellos es muy largo, esto pese a que hubo quienes lloran por contagio, pues fueron al kínder y saben lo que es eso.
Hay que decir que la mayoría de niños soportan estoicamente ese momento trágico. Se aguantan. Uno los ve serios entrar y salir de la escuela todo el tiempo, los menos sentimentales; otros en un proceso más lento se irán despegando de los brazos de los padres. Y unos pocos lo harán ya viejos.
Los alumnos más grandes que van a primero consuelan con su seriedad y buen humor a los demás que lloran, son casi los únicos que pueden hacerlo. Cada vez hay menos niños nostálgicos y con el apego suficiente y sincero como para soltar el llanto delante de los maestros y de los demás.
Ya en el portón no hay compasión, te llames como te llames. Y ellos vienen en una lista. Los niños lo saben y ven a sus padres con una determinación nunca vista, en clara señal que esta vez no se doblegarán.
El uniforme nuevo claro, reluciente, con sus colores verdes olivo definido y la camisa blanca. Todavía lejos de alcanzar el color del tiempo, esa sustancia que decolora los matices y le va dando la razón al desuso y habrá que comprar nuevos para el siguiente ciclo escolar pues no hay tela que soporte los recreos, ni los resbalones, las barridas y las celebraciones de los goles en cualquier lugar.
Pero hoy es su primer día. Juanito trata de adivinar cuál de todas aquellas señoras elegantes y uniformadas será su maestra, mientras sus padres preguntan lo que hay y lo que no hay por qué preguntar cuando se es nuevo como padre en una escuela; y las maestras contestan preguntas bien fáciles. Ya vendrán las preguntas de los niños en las cuales es imposible no errar.
A cada impresión, Juanito aprieta la mano de su mamá, esta vez quisiera que estuviera pegada, soldada con algo, con tierra, con pegamento de barra, con Resistol 5 mil. Pero la mano cada vez se afloja, y quiere soltarse, tal vez lo haga para siempre y poco a poco irse a vivir a los recuerdos de grande, pero aún no lo sabe. Nadie se lo ha dicho.
Pronto Juanito quedará solo en esa inmensidad de niños que corren a los baños, a beber agua en alguna parte, a jugar con otros, a conversar de otros lugares, otros amigos y de sus cosas muy personales.
Un maestro que tal vez sea nuevo les acompaña viendo todo, riendo de vez en cuando, o callando ante la inminencia del silencio pactado, ordenado desde lo más alto de las esferas educativas para hacer los honores al lábaro patrio.
Se escucha un timbre y Juanito que lo ha escuchado desde su casa siente que es ese, el mismo que antes escuchaba de lejos pero que ahora es el suyo, el que le dice algo.
Poco a poco la mano se suelta de la otra mano y el niño que es pequeño comienza crecer y abre bien los ojos. Otros niños lo miran desde lo que es él, desde la identidad del uniforme, la estatura, la forma de hablar, la niñez absoluta inescrutable llena de ser y de humanidad.
Juanito quiere llorar y no puede. No debe. Los que lloraban ya no lloran, son ahora niños grandes.
Entonces alguien sujeta a Juanito por los hombros y lo forma en una hilera de los más pequeños niños de primero, donde había soñado. Luego se escucha la “Marcha a Zacatecas” y Juanito ve por última vez a sus padres, luego los volverá a ver ya grande.
Sus padres alzan la mano y revisan por última vez que todo ande bien y anda. Una maestra alza la voz nuevamente y todos, sin excepción se callan, sacan los cuadernos y Juanito observa el pizarrón, los demás bancos, las ventanas de su nueva casa.
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