Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- La gota de agua cuando cae nos mira, se ríe de nosotros, la tarde está adentro de un pozo en la pequeña soledad de un centímetro cuadrado.
Al atardecer surgen los campos del viento y los algodonales mojados que caen por su peso en los labios.
He visto su retrato lleno de rosas ajadas por el vendaval pegadas a la ventana. Las luces se estrellan y forman diminutos cielos estrellados. Los charcos llevan millones de sueños que simulan reflejos, luces derretidas en su fuego.
La gota de agua cae esporádica, se consume, se absorbe, se absuelve, se moja, se talla en el fondo de una cubeta, en las manos llenas, en las gruesas cabezas de ajo, en el campo, en las proximidades de la noche eterna en una gotera.
En su vela imaginaria el agua arrea velas, las perdona caídas, disueltas, y escapa donde haya un poco de fuego para atorarse en la garganta, para perderse en el viento del aliento de alguien, evaporarse de nuevo inútilmente vuelta tierra, a nosotros, hecha a nuestra imagen de espejo quebrado.
Una gota de agua moja el alma y la agujera, el agua esculpe entonces su tristeza en las terrazas donde alguien lee un libro.
El agua corre, se escabulle, el agua se va, la gota se queda. Sueña la gota con ser lluvia, y no cicatriz, ser ida y no espera, sueña con un vaso, una pieza de roca para ella sola.
A veces agua, gota escapando por los poros, royendo en la sangre, en el alfabeto, escurriendo río abajo en los tétricos sueños oscuros de los huracanes, en el fétido hedor de los olvidos, en los llantos tan necesarios.
Tiene ojos para ver el frío seco, para palpar el agua dura del hielo que se pudre, para sacar las manos calientes y precipitarse a las nubes sin alas, para caer más tarde que temprano, para rociar las flores, los perfumes, los tercos amaneceres, para mojar los besos, ensalivarlos, llenarlos de sales, de mares extraños.
Hecha de agua, la gota de agua se seca. Es una hoja entonces, un pedazo de bosque, un encordado de árbol, una liana que se ahogó en el diluvio pasado.
El mar está hecho de lágrimas y por eso no seca sus labios, si tocamos el fondo reímos, si salimos lloramos.
El mar son lágrimas juntas, sindicato, terreno polvoso de llanto, besos mojados y demasiado besos para quedarse siempre, uno consume esos besos y se muere como la tarde cuando llueve y todo desaparece.
Una gota cae de repente de los ojos y nadie sabe, nadie pregunta, cae la gota que se ve despacio dirigirse al suelo de donde proviene, donde la espera un árbol, una semilla, un lago muy incipiente que la disuelve.
HASTA LA PRÓXIMA.
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