Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.-Armados hasta el tronco, dos resorteras y un machete oxidado, fuimos mi compadre Domitilo y yo a cazar ratas al monte. De esas ratas magueyeras que la gente se come en Bustamante, cuando el destino los alcanza. De hecho mi compadre Domitilo quería probarlas como si no supiera yo su humilde origen, ya ve usted que uno con hambre todo se traga, hasta las palabras.
Le digo entre bromas y veras a Domitilo que aquí en la ciudad sé de un lugar donde hay muchas ratas, y se encabrona, dice que con esas le da asco. Es que no me expliqué. Pero viéndolo bien a mí también me han dado ganas de vomitar cuando las veo.
Digamos que las ratas del monte son más higiénicas, pues las de ciudad tragan puro mugrero en los drenajes y el mundillo subterráneo y pervertido.
Hace mucho que no hacen una cacería para acabar con ellas en la ciudad. La última vez los cazadores quedaron en evidencia pues se constató que eso de las ratas es una plaga que nunca se va a terminar. Hay muchas ratas en todas partes y pululan. Yo las corro y si por lástima, porque se vengan muriendo de hambre, me miran desde sus pequeños ojos, las dejo entrar. Una vez adentro comienza a haber extrañas desapariciones de objetos.
Y adentrados en la espesura del boque urbano, eso queda atrás de las ciudades, vimos puras lagartijas. Por lo que decidimos buscar en otro lugar que no fueran oficinas gubernamentales claro.
Por eso llegamos hasta aquí. Al filo de la sierra madre. Pero no es tan fácil dar con ellas, aquí no cuentan auditorías o nomás porque les llegó una mala racha, o por que dejaron de ser amigos de la rata mayor ya las va a cosechar uno, no. Las ratas de monte hacen pozos donde las tuzas hicieron de las suyas o se meten entre los tallos de las oquedades que dejan los rayos y centellas que caen cerca del río.
El caso es que mejor agarramos piedras y las correteamos, y ni así se dejaron. Si viviéramos de comer ratas o de comercializarlas ya nos hubiéramos muerto de hambre, pues nos pasa tal cual la sociedad en su conjunto, las ratas ya se mimetizaron a las de dos patas y saben muy bien escabullirse llegado el momento.
Y como ya se estaba haciendo tarde y vi que a mi compadre Domitilo le gruñían las lombrices, al ver la muerte en los ojos de mi compadre, le eché ganas para salir al plano y quedar satisfechos con la inutilidad de ese esfuerzo que significó la experiencia.
Atrapar ratas no es fácil. Ya me lo habían dicho. Pero si vives en la región del cuarto distrito, sobre todo en la montañas de Bustamante, desde chavo aprendes a ponerles trampa y atraparlas vivas para aprovechar toda la carne.
Le digo a mi compadre que las ratas no saben a pollo, saben a paloma de esos pichones medios pasados de lanza que venden en el mercado a 15 pesos vivas para las mascotas que comen carne viva.
Al paso del tiempo uno concluye que es mejor ponerse a jalar que andar inventando, pero la frustración ya nadie nos la quita, como si estuviéramos al final de un periodo del gobierno y sintiéramos la inútil imposibilidad de que cuando menos una de esas ratas de dos patas caiga, para saciar el hambre de justicia, y quien sabe a qué sepan, engullen pura comida chatarra.
HASTA LA PRÓXIMA.
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