Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Ojalá se destinara un día para morir y le dijeran a uno la fecha correcta. Podría ponerse uno de acuerdo con el cruel asesino y con el que agarra la pata.
Podría ser, escoger una muerte al menos más sensata o más justificada, o ante la prevalescencia de lo inmediato, previamente cometer uno mismo su propio asesinato.
Así que a destapar el agujero, ese que se hace de dos metros en medio, a las orillas de un lago, entre el monte si quieren, da lo mismo.
Uno no vive para tener al final de todo un gran sarcófago, a lo mucho merece uno apenas la muerte no muy digna, enterrados para que nadie nos vea ni nos huela, ni nos recuerden y anden todo el tiempo pensando.
Con la fecha prevista podríamos hacer fiesta. Encargar a los amigos la botella de vino, las cervezas bien heladas, las mujeres bonitas, las enramadas que cubren del sol a tan preciadas miradas.
Podría ponerme obsceno ante tal intrepidez, mira que morir de repente, sin decir agua ve, o lo que es peor resistiendo lastimeramente hasta el último instante cuando todo mundo ya lo decidió y precisamente por eso no quiero morir ahora y es cuando muero.
Si no muero, si me tardas un poco, afuera hay gente apurando, repartiéndose las vestiduras, la ropa seca, el escorbuto, la bocina, el habla, los pretextos y las palabras que no diré jamás.
Hecho adrede muero. Caigo, desocupo la tierra, el cuarto, el silencio, la isla que da a otra y a ninguna, el muelle sin agua, los sueños cayéndose a pedazos del cielo.
Sería bueno morir un miércoles, lo he meditado, que les parece un jueves por la tarde, amanecer muerto un viernes o descansar para siempre el sábado.
Por la noche la ocasión hace al ladrón y en mi lecho de muerte me asomo por la ventana. No hay nadie. La parca es una soledad como esta de encontrarme acompañado por un lado, sin música, con la voz taimada, derretida en el fuego de una pasada.
Muero de una vez por todas las que no pude morir, muero de veras y me traen la extrema unción de un acólito que no me miró y no miré, quién sabe si en alguna parte de algún lado lo sacaron a la fuerza, lo corretearon, le pagaron, lo compraron para que viniera a empujarme, le pusieron precio a mi muerte y era ese, uno nunca sabe. Pero muero.
Muero de todas maneras, doblo las rodillas, me desparpajo, estiro las ganas, se me han quedado desnudas las patas, los pedazos de carne juntas ahora más que nunca, pegadas a los huesos muertos de miedo.
Me han matado antes si quisieran saberlo, la tarde es tarde ya, está oscureciendo, yo digo que muero, pero otros están esperando y tal vez me resista por eso.
Déjenme en paz, tal vez quiera morir lejos, tranquilo, solo, sin agua, sin pan, sin casa, sin olvido, donde una sola letra diga que fui, que nadie recuerde que haya dicho algo, en una ocasión y en otra sin audiencia, sin calle, sin camino, donde no llega la nada y menos el miércoles.
HASTA LA PRÓXIMA.
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