Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Estas pocas palabras sobran. Los objetos se van posicionando de las estancias, cambian su lugar y su suerte. Las palabras mudan de cuerpo y su forma grotesca pierde entonces significado.
Las nubes se disipan en la literatura y la voz le da tierra y las hace necesarias en el quijote que pasa pronunciando incoherencias. La anécdota es que los objetos dejan de existir en cuanto les nombramos. Son objetos de unos, manos de barro, recuerdos de movimientos extraños que llevaron y trajeron las cosas porque nos cambiamos o nos cambiaron.
Juntito al olor, los colores saben llevarse las mejores atenciones de la palabra en la novela con sus lectores inconformes del arrabal. Es el contexto de la época existe esta extraordinaria forma de pensar sin pensar, escribir arbitrariamente en una hoja de papel.
Se valora que escribas, pero no siempre es necesario, le gana la usencia y el absurdo, la falsa modestia entre troyanos y esclavos de un verso infinito.
Hay diálogos sobre la vida y la muerte en la mesa, en la cultura griega se decían por la calle como mitología, en una contradicción puntual de la conciencia, una mortificación juzgada en los malos tratos de la memoria. La astucia es conservarlos y dejar que aparezcan cuando sean inobjetables.
La palabra da tiempo a ser escuchada pero no escucha, se burla de la filiación de los filósofos y de la farsa de los políticos, Aristófanes resollando en el neceser de una mujer. La calle es un lienzo largo a donde ver la ciudad escrita entre las casas, en las conversaciones de humor negro como en los viajes de Gulliver.
El gato con botas que sale del escenario y asalta a los espectadores es la palabra. Alguien dijo lo mismo en una palabra sería y la gente se ríe en la comedia vuelta mecanismo de defensa, risa de otros creando el universos de los desesperados.
Es como tú quieras imaginar al médico narizón, al Cyrano de un día, la desgracia ajena caída en un hombre de su viejo biciclo, verso suelto que no leyó nadie es la palabra, la ironía de ser realmente falsos en la lucha de perspectiva de Jonathan Swift cambiando de tamaño.
Tras la palabra, la realidad tiene un ojo crítico de la vida, pero no se la toma en serio. Lo importante es esta casa de puertas abiertas donde, para darle un ejemplo, penetran inesperadas las palabras del soy libre y el quiero ser entre vosotros, te digo y escuchas mientras soy sospechosamente cierto.
La ciudad entre palabras de Jorge Ibargüengoitia es un fantasma. La única manera de vivir en ella, no creo en otra ciudad limpia, realizada, terriblemente sorda y seca, plana y silenciosa. Mi ciudad es palabra de río llevado al arroyuelo, perpetrado al fondo de las casas, mi ciudad es este páramo de palabras por decir algo.
La vida es hojalata donde se graban unas cuantas palabras en el conflicto de personajes inmortales buscando su esencia entre flores, lirios acuáticos, espumas de mar, sistemas digitales, locuras desatadas en el aire por un par de mujeres en la calle.
HASTA LA PRÓXIMA.
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