Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- La libreta resbaló suavemente de la mano de ella delgada y seca, fría por la inmovilidad suelta de hacía rato. La libreta se dejó ir en picada y abrió las hojas prendidas del resorte para intentar un aterrizaje forzoso, hacerse el menor daño que pudiera.
Con la velocidad del viento Juana abrió los ojos en cuanto notó la ausencia en la mano, el hueco casi siempre apretado y cerró la mano instintivamente y buscó por todas partes.
Recogió la libreta del suelo y siguió recargada en la silla para seguir dormitando, como si trajera mucho sueño.
En la libreta venían algunos nombres garabateados con prisa con datos de algunos amigos, los más cercanos, los había estado viendo antes de echarse de espaldas para desahuciar el pensamiento e intentar recomponer algo si no era comenzar de nuevo, aunque ya no fuera donde mismo; en otra parte, en otro cuaderno, en otra ciudad que se le ocurriera.
Quería que la libreta, donde fuese, pero en alguna parte trajera el nombre correcto, la dirección exacta, el número telefónico de alguien que la rescatara de este infierno falso. Ni siquiera hervía, ni llovía fuego, ni estaba inundado de cuerpos retorciéndose por las quemaduras del fuego eterno. Quién sabe qué tanto tendrán ya esos señores quemándose sin lograrlo.
No. Este infierno de Juana era muy falso, ni eso había merecido, se notaba el tamaño del cariño. Se decía: si Dios estuviera molesto conmigo me hubiera enviado al verdadero infierno, no aquí, donde hay que lidiar con uno que otro que se cree a la imagen de Dios y el diablo en persona, y además hay que perdonarlo y ponerle la otra mejilla antes de arrojarte, porque se supone que no te envían sino te arrojan comoquiera a la lava hirviendo.
Dentro de sí misma, para ella era un ángel su persona, se amaba y daba gracias a Dios en la proporción de que se había pasado con ella, además de guapa- cosa que los demás le habían encargado de que lo creyera en realidad, que lo era- tenía un extraordinario talento para el dibujo, lo que le servía para imaginar o interpretar el resto de las artes, viéndolas siempre desde una perspectiva geométrica.
En la libreta venían algunos bosquejos de su pulso deliberado, a lápiz y pluma Bic, árboles torcidos, letras difusas, edificios perfilados y pequeños insectos de punto que invadían las hojas en medio de nombres incompletos, rotos por el olvido, ilegibles adrede o sin querer, ensimismados según los fue queriendo.
No supo a qué hora quedó dormida de nuevo. El sueño era ahora su única realidad y si despertaba no quería tener aquel mismo sueño en el cual ella recoge una libreta que debió dejar tirada o llevarla ella misma a la basura, hacer el viaje exprofeso a tirarla, nada de que se me había olvidado, sino sacarla de su vida con toda fortaleza y regresar ahora sí a descansar su fuerza, a quedarse a dormir el sueño que ella quisiera.
No este que al despertar le conminaba a buscar su nombre, el de él, luego de muchas hojas arrancadas y vueltas a arrancar, pegadas y despegadas que cada que la libreta caía intentaban zafarse mientras otras no tan fuertes se escapaban y el viento se las llevaba lejos del sitio donde Juana dormitaba, como si esta vez si fuese la vida la que soñara.
Y Juana despertaba una y otra vez para confirmar que ahí seguía la libreta con el nombre de él y, por una extraña razón de esas que nadie se explica, se tranquilizaba.
Y claro que esta vez la libreta se hubiera ido por completo con el nombre aquel que Juana comenzaba a olvidar… y con las cuentas por pagar… y lo poco que le debía la vida ahora que se estaba quedando finalmente dormida para siempre.
HASTA LA PRÓXIMA.
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