Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Quedaba por lo menos un par de bailadoras entre el pequeño tumulto del salón. La noche había hecho sus estragos en la gente embriagada con cerveza y tequila. En la noche no se siente. Es un somnífero, un sopor que te lleva.
Los demás eran bebedores y locos bajo la luz mortecina del establecimiento. Una de ellas, con un tatuaje terrible, contundente. Se acercó a mi oído una tarde de estas, de las muchas que cayeron como un aguacero.
Es misma noche maté al sujeto. Al que la enamoraba y me fui huyendo de la justicia y de la misma ciudad. El día que me entregué la vi en ropa sencilla atisbando por si llegaba y llegué. Me dieron 12 años, pero estuve 8 en el penal aquel a donde ella nunca faltó ninguna de las veces en que me hacía falta.
Ella baila acomedida con el resto de morros que pagan bebidas y quieren a cambio de unos cuantos pesos bailar con ella y bailan. La vi como aquel día sin perder un átomo de energía. Una cumbia y otra con ancianos, gente de los suburbios que vienen a dejar el alma.
De mis ropas extraje un cigarrillo para darle más drama a esta escena que me comenzaba a parecer aburrida. Pasaba el humo hediondo por nuestras narices y salía enardecido y loco a la calle donde se juntan los olores.
Las mesas de madera tenían un defecto a cada cual: que si una pata, una lámina doblada de un cabezazo, dos manotazos hendieron otra y le dieron un estilo moderno. La pared se viene encima en pequeños legajos de pintura vieja que se desprende para siempre.
En los escombros de la vida estoy sentado tomando cerveza y ella me mira de reojo vigilante de espejo, tierna y cóncava, ciega. Al fondo dos cartones de cerveza lucen derrotados, doblados de insolencia y desacato.
Sus zapatillas brillan ahora con más intensidad y se luce en la pequeña barra. Mueve la ciudad de su cuerpo y deja caer la mirada donde todos caen, a sus pies. La veo de lejos y cerca.
Sus pasos profundos y perfectos se mueven al ritmo cadencioso de la música tropical. Es la que más pega. Me lo ha dicho mil veces al notar que le pregunto lo mismo, siente el respeto de responderme lo mismo como si eso pudiese cambiar nuestra historia.
Aquella noche ella y yo nos besamos. Yo no había besado a nadie como la besé a ella. La calle turbulenta se hizo un remolino y comenzó la historia.
Comoquiera mientras estuve encerrado ella anduvo de puta para echarme la mano. Me contaba historias increíbles.
De un tirón encendí un cerillo que envuelto en llamas encendió el cigarro luego de tantos años. La noche comenzaba a ser una de esas noches que uno ya bien sabe.
Cuando todas las luces por fin se apagaron le eché un brazo encima de su cansancio y ella volteó como cuando sale la luna… a mirarme. Busqué a mi enemigo, ese que tarde o temprano llegaría como yo, como el tiempo, pero no ocurrió y nos fuimos por la calle.
HASTA LA PRÓXIMA.
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