Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Me detengo en esta esquina, veo hacia todos lados. Es natural que lo haga siempre. Puede ser que nada ocurra, que la soledad de la calle allane el campo abierto de la vía, pero uno nunca sabe.
Durante las emboscadas, el más confiado cae casi siempre. Uno sabe cruzar campos minados y comer arroz por años. En los escombros de la tarde uno recoge el cuerpo enjuto y cansado, enfadado de la refriega.
Es esta esquina donde vivo. Mi punto cardinal va pendiendo de mi perspectiva el plano a donde me dirijo.
A medio día ya me ganó el norte y planeo volver a casa.
Enfrente, en la primera esquina, una casa fue derruida por el tiempo y las autoridades se comidieron con el olvido. Hubo días en que estuvo sellada con gruesas láminas de triplay y tablas.
Dicen que hace muchos años fue papelería, por allá de los cincuentas. Como quiera los indigentes se metieron para hacer sus necesidades extremas, su real conjetura a la hora de vaciar el equipaje, soltar el moco.
Los ricos han barrido el pasado ante el notario público y un hombre de buena fe compró y vendió para que otro, desde una firma lejana, decidiera abrir una tienda de conveniencia. Pero qué importa. Puede más la sombra maldita del desempleo.
Pronto me acostumbraré a ver los empleados uniformados de rojo, los proveedores entrando y saliendo. Son los que nos gobiernan. Está cabrón que suelten el hueso. Todos conocen el nombre de esos corruptos que nos llevaron a esto.
Extrañamente los casinos se llenas de nuevos próceres, eso no ocurría antes, con gente prieta pocholaquienta de un pasado olvidable. Pudo ser más amable, más honesto digamos esa intervención en la historia de los grandes. Hoy, avasallado por la corrupción y el agandalle.
En la segunda esquina acaban de cerrar un salón de taekwondo. Luego de ejercer durante años, el envejecido maestro decidió que había llegado la hora de partir hacia el país del oriente. Desplazado por otras prácticas dilatorias de la muerte, de defensa personal y entendimiento. Dijo que iba a su país pero lo han visto en la Manuel A. Ravizé.
Yo creo que no es él. No quiero que mi fama de luchador de artes marciales se extinga con la de él. Dicen que anda huyendo. Qué gachos. Juntos abrimos un hoyo en la pared de tanto pegarle con los dedos. Nos quemó las manos en la arena, dijo que le quitáramos una moneda de las manos, y nunca pudimos.
En la tercera esquina se ha secado un eucalipto, y se ha dicho que es una plaga estacional que pasa por la ciudad. Dejó algunas víctimas colgadas del cielo azul, con las hojas más grises, los tallos chuecos y el lado oscuro de la muerte, el color seco, mudo, frívolo del “hasta aquí llegaste”.
En esa tercera esquina hay una historia de cercados según fue viviendo la principal protagonista de la historia. Una escritora de cuentos. Su casa es de abolengo, de los que un día fueron ricos, pero no alcanzaron a sacar sus pertenencias a tiempo rumbo a los grandes fraccionamientos, y se quedaron por siempre en el centro.
Cuando vivía su madre no había cerca a principios del siglo pasado. En su lugar crecían unos rosales de flor pequeña que daban a la calle, ni quién se metiera. La casa es la misma. Una construcción de ladrillo, elevada. Un timbre que pasó a mejor tiempo arrebatado por el periodo de la telefonía móvil.
Hoy hay una alta barda con rejas de hierro, quisiera que sus libros hubieran sido muy vendidos y bastante leídos. Me duele esa oscuridad que envuelve a veces a quienes tienen dinero.
En esta esquina mi casa hace las veces de faro de niebla. De escafandra. Me han visto salir de repente, intempestivamente enredado en una idea y no traigo nada. Nunca traje. Todo es llevar.
Me vieron en la noche llevando chácharas en una carretilla, con una carga de leña, un bulto de maíz, dos lechones chillones y una amiga bien peda. Esta esquina, la mía, es sin lugar a duda la de menos esperanza.
Aquí no crece la aurora sin una mirada, ni se despeja el cielo sin refugio, y yo espero tranquilo como cualquier gente, en esta esquina, que dejen de pasar los carros, que se ponga el alto para cruzar la calle.
HASTA LA PRÓXIMA.
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