Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Cuatro veces la ciudad hubiese querido ruedas para escapar. El tiempo puede ver cómo les han brotado brazos que llevan truenos y vehículos fantasmas. En un parque de espacios se ha roto la cabeza una piedra y cuerdas.
Es la primera vez de otoño y la vista es el modelo clásico para armar en un papelito no escrito. Seré el verde de la ventana el añico de un vidrio, la voz espectacular de la selva dormida.
Pero la ciudad se quedó aquí, y venimos a verle. El río tiene gansas de llevar agua y recoge del estío, de las nubes escasas y grises que pasan encima.
De noche la ciudad lleva el sonido de un autobús que rodea la ciudad en los bulevares. Es el universo de la soledad, el refugio detrás de los cristales, sobre un anuncio espectacular. Pero estos son los hechos.
En un parque se sienta el alba que da al viejo río. Un perro humano se cubre los hombros inútilmente, de la pertinaz lluvia. Yo no la siento.
Al llegar a la parte del centro comencé a caminar más de prisa con el fin de salir lo más pronto posible de ese barullo. El centro es como mi casa, así que cuando menos tiempo pueda pasar en él, mejor.
Cuando oscurece la ciudad comienza su danza inconfundible y su desnudo profundo y oscuro
La luz es el reflejo, la clase de fuego, el horno al fondo del patio.
En su frenesí las calles que acusaban a su angostura se volvieron amplias y fueron pavimentadas casi todas. Al oriente y poniente había gente pobre como hasta ahora. Nunca les han pavimentado.
La primera vez de un árbol sobre un barco se inauguró un deseo repentino. Uno debiera ser el presente milagroso, pero cada día estoy más consiente que ya no somos presente sino pasado reciente.
Si lo digo pasa. La ciudad es un cuadro adentro, un eslabón de la mirada perdida.
Aquí hay mar en una encrucijada, en un muladar de tierra tengo un puerto roto. Más al norte se arrastran los drenes con sus garras para diseminarse entre el monte y en el pastizal que preventivamente es limpiado para comenzar de nuevo la ciudad.
A como yo la veo esta ciudad tiene- más allá que edificios y calles viejas- la memoria del pueblo. Uno recorre sus ventanas, sus fachadas y se llena de un extraño privilegio
Al llegar a este parte del parque de la tarde se puede entrar de la mano.
La calle ahora es espesa y tiembla la madrugada. Al frente en la calle solitaria, dos patrullas hacen un retén.
A un costado un soldado se queda mirando a todo lo que parece sospechoso. Con la cabeza en el auto la noche inicia su relato.
El fresno enfrente no pudo hablar. Los focos muy débiles para darme aliento parpadeaban. Pero a ciudad siempre es un barco.
HASTA LA PRÓXIMA.
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