Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Es un hostal de agua, un fondo de botella envuelto en llamas, una solapa amontonada en la nada, un final tapado por una manga, un destierro terco, una asombrada mirada.
Atrás viene, alguien la empuja, la saca de quicio. Yo espero la máscara sonriente que atrapa al último que corre, soy la sarna despacio, lenta en la cabellera de un león, la sopa recurrente del comedor.
Es un hostal justiciero, la mano que dobla otra mano, la camisa imantada y sucia, en un rato vuelvo de aquí, donde me quedé a espiarme.
La noche se fue buscándose y pensativa, he quedado a decir dos palabras olvidadas, estoy aquí con ellas, son dos páginas de madera, un árbol silvestre de manzanas.
¿Qué es el sonido? ¿De dónde viene? Un largo trecho de escombros, cayendo, un ojos cascados de aire, un pedazo de todos en la mirada perdida donde acaba el silencio.
Me nombra la puerta abierta, la insolencia de las mariposas muertas, la recurrencia de una fotografía vieja viéndome. Soy el leve movimiento, el espectáculo de las moscas deprimidas.
A donde voy hay poco comiendo, atragantando el agua de sus manos puercas.
En la dispersión de humo últimamente se amontonaron las noticas en un sudario, se hacen huecos formidables para atrapar un perverso y a un ingenuo al mismo tiempo.
Yo que soy solido mineral, escapo por mis poros, voy a conocerme el aliento, el fuego, la piedad al mismo tiempo. Voy a llorar.
Si se esconde la oscuridad escaparía de mis huesos, si se mira, sabré que me muevo. La razón es martillada en la noche, soy de aquellos que duermen en los yunques, que sacan conclusiones luego de la tarde que amaneció sin sueño, el estereotipo único, el infame captor de los delincuentes versos.
La noche se persigue en mis dedos, va siendo un arroyo de carne, me enredo en las palabras de venas, en la raíz de la multiplicación, en los ricos filones de manteca acogida para un invierno.
Me nombra sin mí, me escupe a la cara, descansa, se rompe la madre, se sale en secreto, se saca de apuros, se suele decir, se acerca de nuevo, me escucha y soy lento, no quisiera irme contento. Mañana no estaré muerto.
Atrás de las cosas hay figuraciones de espejos, se violenta el otro tiempo, me observa un rato hasta que me tuerzo y soy el hueco, ahora otro hueco, luego el largo despertar del infierno.
Me nombra el silencio, la luz callada, lo que no es aún me nombra, lo que fue efímero, atrás, entre todos, en las luchas del viento con el viejo árbol, en las soleadas tardes de un verano.
Me esfuerza saber que pienso, que fui la historia concretamente olvidada para inventarla de nuevo.
Es un metal de agua, un líquido seco, un paso detenido, una roca flotante. Es uno que otro que no soy, pasajes al invierno, dos anuncios publicitarios en un rincón de Esopo. Es la burbuja que estalla al gritar mi nombre.
HASTA LA PRÓXIMA.
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