Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.-De afuera hoy no entró el diente de león en su vuelo inseguro. Tampoco el gran árbol con mi mirada pasando por la ventana hasta verle en el patio retozar moviéndose.
La oscuridad penetra cuadros y encierros. Se queda sin escape la mirada y entonces le hace los honores a este espacio escritural donde digo algunas palabras al futuro incomparable.
Me haré una invitación al gua para refrescar la memoria, para inventar que supe nada y reconoceré en mis propias palabras la verdad inmediata, terca, contumaz e inevitable en sus propias palabras.
La abeja atrase su propio deterioro dulce en la miel y hace esfuerzos por mantenerse flotando sin ahogarse en el aire. Ha mejorado su conducta de picaflor y arrastra un velo de perro, un hálito de cuidandero de su especie solidaria y pendenciera al mismo tiempo.
Luego de ahí un escenario llena la gente que pasa por la calle de absurdas conclusiones, pero a pesar de su aspecto, el charco formado con la lluvia absorbe obligaciones de jardinero y siembra honores. Le da mantenimiento a las flores.
Es un capricho retener la sabia loca de endebles tallos que se esconde tras la pasión febril del verde que las anuncia afuera para que todos los vean. Qué lindo crecimiento en el pajar seco de sus antepasados, es una herencia incorruptible de pájaro mecerse todo el tiempo saludando a otras plantas inexploradas.
El espacio aéreo conecta multitudes de polen, colonias desesperadas por hacerse a vecindario en la población disfrazada en la tierra copada. Y cae en el suelo derramándose en la vida de furiosos olvidos. A mediodía se retuerce pasmada de arroyos perseguidos por un insecto.
Por todo eso se pinta un cuadro paisajista donde seca el mueble del tiempo que se sienta en la larga espera de los belenes doblados por dentro pero transparentes. Qué alegría la del pasto puntiagudo, el recurso de telar tendido, tejido, le ha servido a todos para recrear una alfombra, soñar con el silencio, perpetrar las especies de goteras que salpican las hojas.
En esa nación los besos impenetrables dejan darse una palmada en la espalda para que la vida siga fluyendo en los colores. Enamora a todos el buen gusto, un amontonamiento pasajero y luego un retraimiento provocado por el viento fugitivo todo el tiempo de un laurel que vive en otra planta.
Adentro vive el jardín de afuera que no es el mismo, pero habrá que comprobarlo. Por mientras simula un espejo entrañable.
Los pájaros se entregan recónditos y desde el aire planean un ataque nunca perpetrado, ruedan en el suelo azul y falso. Voltean a ver desde los árboles al resto de especies marinas sin control que se metieron a las partidas de hojas, a los quebrados palillos, debo decir vigas enromes que son arrasadas por las trabajadoras hormigas que recogen flora.
Saludo al elemental tiempo de ver y escuchar el pequeño jardín de la ventana apenas cruzando, apenas dejado entrar en las rejillas de las cortinas que se mueven y hacen intermitente la vista del jardín por dentro.
Abro de pronto el cuadro y alcanzo a ver el vuelo de extrañas aves pernoctadas, disecadas, históricas y extintas. Y siento nostalgia de arroz, de antiguos olores, de techumbres y sombras de olores que nunca vi pero que presiento en el horizonte de la mirada, y que poco a poco me cierra el otoño arrastrando el presente de hojas sueltas.
HASTA LA PRÓXIMA.
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