Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Que ya no escribiera dijeron, que tenía cayos en las falanges del dedo gordo y del índice con el que apuntaba la suerte.
Que ya no escribiera, porque dolía la mano completa como si la hubieran apretado muy fuerte o después de un largo olvido se la hubieran saludado. Como si después de un largo viaje lo hubieran atropellado.
Que ya no escribiera porque mojaba el cuaderno, con lágrimas o con sudor las gotas que caen mojan la hoja, la hace pequeños mapas indescifrables sin un sitio a donde ir, sin una ocurrencia de marcharte. Un perro que orina un poste.
Escribir para decir lo que no haces, para predicar lo que no profesas, para explicar los errores, para descubrir lo que piensas, para decir lo que sueñas, para entender lo que no escribes. Si escribes mucho, en la orilla, al final, luego de la nada corres el riesgo de comenzar a decir verdades.
Y escribir para sustituirte, escribir para ser en otras palabras esta forma de ser escrita, garabateado en la tinta psicológica.
Escribir para dejar un retazo en el suelo de lo que fue tu ropaje, tu incendiado viento que cubrió tu suerte. Para acallar las hojas que caen del otoño, que se quiebran, para pisar fuerte el suelo en la demolición de uno mismo. El objeto que se vuelve sujeto.
Escribir o no escribir que es igual, viendo a los ojos, huyendo, por cierto. Escribir o borrar todo el tiempo pasado, todo lo que dejó el recuerdo, lo que es memoria para otros.
Escribir rondando las letras, persiguiéndolas, devolviéndolas, nuestras y ajenas; sacando agua, metiendo polvo. La cosa es nostra, la risa es una ventana por donde se escapan las letras y los ojos.
Se escribe para nadie, se escribe para todos, para uno de tantos, para uno solo, para el aire, para el futuro, para la siega, para la muerte, para la vida, para los dedos, para el silencio, para el verso, para el pensamiento, para el amor, para el viento, para el sueño, para el dolor, para adentro, para afuera, para el fin, para lo primero, para la risa y el llanto, para la tos, para el alcanfor, para el enfermo, para el movimiento, para Dios, para la patria, para el pedazo del cielo, para el cariño, para los días y el tiempo, para la soledad, para el acompañamiento, para las canciones, para decir un nombre.
Escribir es ir muriendo lentamente deletreando el nombre eterno que nos dieron.
Las manos que se alargan escriben, el llanto escribe, el pecado escribe en el libro sagrado, el brinco escribe sin caer del suelo, la locura escribe en su delirio, escarba el que escribe, ama quien escribe. No es un acto de libertad. Es la libertad libre.
Dejas de escribir cuando nada eres, cuando nada te contiene, cuando quieres, cuando todo lo eres, cuando ya nada quieres. Dejas esto ahí, esto acá y te olvidas que escribes. Estás en medio viendo para todos lados y quieres ir. Te piensas un ser democrático encadenado a los otros.
Que ya no escribiera, que mostrara el retrato, la nariz torcida con el dedo, los ojos oblicuos y externos, los textos viendo a los ojos, narciso contemplando el espejo, el alma atizando el fuego.
La memoria se desescribe y se describe, se atora cuando oscurece.
Es de noche, todos se han ido por cierto, buscan su cuerpo entre el tumulto de sombras, entre los sublime y lo subterráneo.
Escribes para que existan los sueños, los monstruos, los pequeños seres que si no los escribiste no existieron y pasarían por delante como una pasarela los espejos con nosotros ausentes.
HASTA LA PRÓXIMA.
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