Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- La realidad no está ahí enfrente de mí. Sino que se esconde atrás de sí. La esconden. La gente se apura. Alguien viene, no vayan a darse cuenta. Siempre, atrás de algo, hay un detrás más recóndito.
El ser humano busca complacer, pero más que complacer complacerse. Lucir bien para sentirse bien en todos los aspectos y en la mayoría de los casos lo logra, sobre todo cuando para superar la baja estima no se tiene otro aliciente más que el dinero.
Hay gente que vive más tiempo afuera que adentro de sí mismo. Hay gente para todos los gustos, no necesita usted ir muy lejos para encontrar a esa mera a la que usted dijo: es esta.
La vista es pasajera de un tren. Cuando el tren se detiene comienza a verse el pasaje, si te acercas se ve con claridad quienes estuvieron ahí y los rastros que dejaron, la caída de un árbol o lo que quedó después de largos años.
Conforme avanza la humanidad a ninguna parte, lo que antes fue bueno hoy es malo; y lo que es malo, si lo volteas, ya es bueno. Lo que para uno es bueno para el otro es malo según su perspectiva y muy particular punto de vista.
Hay quienes viven la vida de otros, pensando en no ser descubiertos, pero viven la vida de otros iguales a ellos. No hay diferencia a la hora de medirlos y tomarlos como un racero. Muere uno de ellos y sólo murió uno de todos, apenas se nota el hueco.
El ser individual nunca ha sido menos tolerado que en estos tiempos. Hay clínicas y especialistas en lograr que nos juntemos con los demás para ser iguales, que caminemos igual, que pensemos igual o que vistamos igual o tengamos las misa necesidad, que es para donde todo va en este mundo comercial.
Hay quienes viven atrapados en las redes del consumo, pero no hacen daño, es por su esfuerzo propio y su total merecido peculio.
Apenas sujetan unas cuantas monedas y aparecen las ganas de gastárselo, la ingeniosa idea del pensamiento, para saber de esta oferta, la creatividad para imaginar aquel nuevo look, de este y otro objeto que hay que cambiar para que la señora Rivadeneira se sienta como en su casa cuando venga y hay que esconder la vajilla del año pasado porque le faltan muebles. Las tazas ya están muy besuqueadas y hay que cumplir con los Ibargüengoitia.
Claro es comprensible que bajo esas condiciones se dificulte tener un momento para convivir con el personaje que nos trajo, es decir con nosotros mismos, y nos cuestionamos de cómo es que llegamos aquí.
Entonces desde ese lugar, antes de cerrar la puerta y salir, se ve el conglomerado haciendo ruido sin que se escuche, hablando sin fin, sin que se entienda, en un ir y venir sobre todo a las tiendas.
Y cada vez hay menos cosas en la vida que se puedan satisfacer con una sola palabra, pues no hablamos con el esqueleto, sino con quien desea ser el esqueleto, no con el ser que está enfrente sino con el que quisiera ser; y este sujeto que nos habla nos habla de sus dientes para afuera, difícilmente sabremos quién chingados es.
HASTA LA PRÓXIMA.
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