Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Acontezco sobre esta hoja. Soy profundamente palabra. Comparezco a los ojos y oídos, a la multitud de ojillos.
En este entonces la superficie lisa resbala las plumas. En una cifra de palabras la figura va surgiendo del humo.
En el evento que jamás se olvida, la orilla es un principio. Una recurrencia. Soy profundamente frase derramada en la tinta china. Voy escapando y quiero llegar.
En el principio es un dibujo en la bruma, una extraña coincidencia con los dedos que la pulsan. Sucedo mientras otras cosas suceden.
Las teclas tienen imán, una extraña seducción vegetal. Soy quien entra por las bardas que puede decir algo de las hojas de un libro.
Nada serio si al salir ves los mismos objetos por si dijiste algo. Me pregunto si no he enloquecido.
Sobre la hoja olorosa a madera seca, a pedazo de árbol virtual. Hay lugares que se vuelven algo.
Es tan superficial el suelo, corriendo, dejando que las palabras solas se escriban llegas a donde no dijiste. Estás ahí donde siempre.
La pared es un agujero, el viento quedó atrapado, es un centenar de pájaros, son parvadas. Si miras te conviertes en parábola, bola de cristal.
Es una forma de creer si quiero visitar la octava torre, la oscura cicatriz de la misma imaginación. Son dos caras destrozadas de la luna con muchas escaleras para quienes quieren bajar.
Uno baja la mano y aplaca el silencio que va cayendo en el llano en blanco. Dejo que se tranquilice un poco. Escribo punibles escrituras, reductos, fragmentos húmedos, retahílas de voces neuróticas.
La niebla es profunda, se oye de rodillas, puedo ayudar a levantarme, y busco en alguna parte del bolsillo mi nombre propio, mi caleidoscopio.
Mojo la tinta y existimos. El largo de la calle lleva todavía personas. Es un malecón de solares baldíos.
HASTA LA PRÓXIMA.
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