Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Si yo fuese de este mundo, alguien me andaría buscando para complementar su media naranja. Para completar el mandado como quien dice. Pero voy a la esquina y doy vuelta a la manzana y nadie me sigue.
He notado que no soy de este mundo, luego de una gruesa resistencia que me llevó a ejercer los oficios más extraordinarios con tal de complacer, de llegarle pues a otro ser humano. Pero fue en vano.
Mientras se cae el marco de la puerta y el ruido de objetos caídos logran un concierto ensordecedor les digo, me digo, digo solamente sin escucharme, sabiendo que no supe entenderme.
Al otro lado de donde se escriben las palabras están las que no se dijeron, las que se tiraron, las verdaderas, el mundo al cual seguramente pertenezco, pero no he preguntado, pues son presunciones de la soledad. De aquí no he salido.
Soy yo quien con mi personalidad lastima, hiere, hace daño. Soy yo quien con mi presencia inoportuna, afea la estancia, la vuelve monótona y fría, acaso frívola y torpe.
Si me caigo al suelo, dicen que me victimizo, ni siquiera puedo caer al suelo pues es un lugar a donde seguramente tampoco correspondo, es decir que tampoco tengo donde caerme muerto.
No tengo derecho ahora de decir esto y lo otro, de descifrar el mundo que no conozco, soy el último en saber lo poco o lo mucho, de empujar, de saber, de torcer una mano.
Hablar de mí me ha llevado al espejo de narciso donde nada más yo me veo, la gente hace de lado, atrás, o delante de mí, a cada uno en su propio denuedo. Yo estoy aquí y los veo.
Si sólo fuese un ser humano, de esos que sin decir o hacer tiene el mundo a sus pies, pero pues yo tuve el piso un tiempo, hoy creo que me he levantado, estoy en medio, no sé si soy un campesino que siembra vientos o la guerra fría en voz de un soldado.
Sobre la guerra conozco los golpes más certeros, los que me dieron, lo que me han regalado sin requerirlos, piedras que dieron en el blanco, fuego prendido en el dardo, golpes bajos, machetazos, traidores escupitajos, palabras ingratas, maldiciones merecidísimas, ingratos momentos de los insultos previos a un muerto.
Alguien diría: esto es mío, como un tesoro, aunque fuese cobre, pero vendrían, iría por mí, me diría lo que fuese y yo escucharía y contesta y no estaría solo todo el día.
Si yo fuese cierto no mentiría, porque a fuerzas hay más que yo, otros igual o peor que yo, pero tampoco creo que fuese feliz sabiéndolo.
Mi vida es la mía, muy poquita, unos pasos nada más, cerca de mí, en mis ojos, mi vida es corta, tan chica como una palabra de una sola sílaba.
Tengo fe ahora que me acuerdo, como muchos, tengo fe sólo cuando quiero y cuando ando porque ando, soy uno más en el tumulto de cabrones que van por donde sea sin un mando, sin un porqué, sin un regaño.
Con tanto, poco a poco me alejo. Pensé que irme sería difícil, pero el camino de bajada lleva a otra bajada. El precipicio soñado es esta ladera de espinas encajadas que van quebrándose entre las piedras.
Llevo los sueños. Adiós. Llevo mis manos atadas, los dedos podridos, las manos arrancadas, las voces apagadas , el olvido deteriorado por otro olvido, por un recuerdo, por una seña mal interpretada.
Me fui a destiempo, ni siquiera me he ido, ni siquiera estoy, no soy este, soy lo que fui hace rato. No me arrepiento, no soy cobarde. Me iré en un momento, sólo espero que caiga el último silencio, cuando me apaguen la luz, el foco de afuera, el servicio público del ayuntamiento.
Así es como se recorre un camino, me hubieran dicho antes, no vengo, o tal vez vengo con refuerzos o vengo al propósito sabiéndolo.
Les debo mi hostia, mi fecha y mi lugar de nacimiento, les debo la exploración que hice durante mi existencia a ese encuentro con la vida. Les debo ese recuerdo que no recuerdo.
Nunca fui un ejemplo, ni siquiera para lo malo, alguien pudo seguirme, pude hacer mucho daño. Me fui antes, estuve yéndome siempre. Llegando también sin llegar del todo, quedándome en las banquetas hasta que otros dijeran.
Me mandé lejos, me fui por impropio peculio, me llené de orgullo, me llené de coraje, de fuerte, de débil, de parco, de imbécil.
Tampoco dentro de mis libertades puedo decir que estoy muriendo o que me está yendo con madres, qué caso tiene mentirles. Hoy en día nadie hace caso de esa tontería, de verdad en eso estamos iguales.
Soy el animal que trata de salir de mí. Hago esfuerzos que sé que son inútiles por si alguien me ve y arroja una piedra. El agua hasta el cuello me libera, se ahoga el otro, me muerdo los labios para sacar el brazo, casi estoy afuera con el cuerpo adentro, hace un instante se fue mi alma.
Lejos de mí, voy corriendo, he de ir sudando, dando todo el fuelle, muriendo, saliendo delante de las piedras, en empinadas laderas, he de ir huyéndole a otro sueño.
Por la brevedad, la vida apenas me da esta retirada, luego del esfuerzo mi corazón late apresurado. Es un río revuelto, un estanque espumoso, un escaparate quejumbroso. El corazón que amo, el último espacio que cabe en mi mano, el guardado refugio que se solventa con un pensamiento sano.
Busco mi mundo. ¿En dónde están todos? A dónde se habrán ido mis hermanos, los tíos, los abuelos, los hijos, los primos, los otros yo que no estábamos.
Soy un accidente, si me ven olvídenme lo más pronto posible, échenme agua, tierra, polvo que somos, piérdanme la fe, el debido respeto, el coraje, las ganas de matarme. Sálvenme sin mirarme.
Canto al harapiento, al de la voz cercana, al que no se escuchó, al profanador, al enriquecedor del vocabulario obsceno, al que no dijo nada siendo, al simple sacudidor, al enterrador, al mínimo esfuerzo inútil, al innecesario inventario.
Doy mi última hora, se las regalo, no lean esto, déjenlo de lado, no es bueno y ni siquiera malo, no es poema, es un des poema para una anti academia, es un prelado de nichos, son frases no dichas, escapadas, sin queja siquiera, en el patio, sin sendero.
Si yo fuese de este mundo, no diría, callaría para siempre. La nota aquí es un silencio. Un apagón de sombras.
Mi nombre es un error, me llamo de otras formas, me ignoran también en otras palabras, en otras sobras, soy el último que vieron y el primero que se fue.
Tendido en el pasto reviso el cielo, es el suelo, tendido de lado manejo un endecasílabo, me salgo, entro a construir un par de canciones alegres para que rían todos. Y es todo, luego unas monedas pagan el tránsito entre el comer y volver a comer.
Cuéceme en el fuego, deshacedme la espuma, libérame la sangre atrapada en un globo.
Deja correr el llano de mis ojos salidos del cauce, de su cuenca, que arda el momento del lloro, de la mujer en las cercas, en los acantilados donde se quiebran las piedras.
Nada es mío, ni esto ni aquello, mi soledad comprada a fuerzas fue vulnerada al fin y al cabo, mi espacio, mi específica recilencia es esta pluma helada, secreta, casi moviéndose, casi escribiendo para decir lo mismo.
Este no es mi mundo. Este no debe ser el mundo, es otro, vinieron en la noche y amaneció esta pasta de sueño, esta palabra recargada en un libro. Dijeron que yo era el mismo, con el pelo más corto. Me he dejado crecer el cabello.
Llevo un palmo de narices, la boca tapada a bostezos, encubro una canción lejana, escucho mi voz que calla, soy otro, nunca fui yo mismo, a donde vaya no hallaré mis pasos, ni mi pasado es opción, es un desbordar del tiempo, son mis dedos, mi prepucio, las huellas borradas un fin de año.
Por eso no busco. Enlazado a mí, me cubro de mis decisiones, me rescato en el último momento, lleno de frío, de ronchas, de sangre seca, de pudor, antes de ser, antes de volver a decir lo que por un error pudiera ser realmente cierto.
HASTA LA PRÓXIMA.
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