Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Uno es el tiempo. El punto y seguido, el simple regreso. Uno acoge los momentos y los resuelve en el espacio que se va alargando en las narices, en los reflejos, en los ojos de otros.
En las necesidades de otros elementos por ejemplo el agua, el tiempo corre para volver desesperadamente en ese eterno retorno del cuerpo, a volver a ser lo que fue sin logarlo por completo.
El agua y nosotros nos buscamos, el agua busca el cuerpo, su propio cuerpo y el hombre buscan el agua, su líquido, su único elemento.
Cuando el agua se va a donde vive, con quien se formó en un estanque, no vuelve al cuerpo, convertido en desecho, drenaje viejo y taponado por otros versículos de la vida.
Cuando el agua falta, entonces la vida, la eterna compañía del objeto se va desentendiendo del cuerpo y nos hace el hueco. Uno sabe que el vacío es falta de tiempo. El no haber acarreado agua, la soledad de los relojes, el mito cantado en una ventana de barco.
Entonces uno, Tales de Mileto, reflexiona en las esdrújulas del ser que se ha convertido al fuego y lanza llamas a un presente extinto siempre, correoso, resbaladizo en el suelo.
Es hora del viento, el aire penetra al cuerpo y le brinda el sólido oxígeno que no es sino un simple reflejo, un todo que es pasado, memoria de árbol, hojas que dejaron de serlo para moverse invisibles con su recuerdo.
¿Qué hace el agua en sus escondrijos?
Uno resuelve su fe bautismal, se apropia de las palabras y en su más hondo pesar tira el agua para que otros pasen sin necesidad de un perdón. Entonces, el pecado mojado, resucita al tercer día y todo comienza de nuevo.
El agua vieja contrincante del fuego, tiene la cortada. A un precio en un amontonamiento de objetos, el agua transcurre en los dedos del cuerpo, en un almácigo de fierros tranza con el tempo, se oxida el ser humano, se hace viejo y terco, se deteriora como rudo elemento.
Uno reconoce el mar cuando lo ve de lejos, de cerca, ya en la mano es confuso, es calma llanera de un pozo, luces reflejadas en un charco de agujeros negros.
Uno es el agua, pero el tiempo ahí queda estancado, estacado por el misterio de los seco, cuando el viento arrecia, el agua regresa.
El fuego hace volver al agua que lo conforma, que lo confina, que lo resuelve.
El fuego escupido por un Dios enfermo, retoza en las mandíbulas de nosotros, siempre para encender un cigarro, para acribillar un fulano, para calentarnos el cuerpo, el fuego es a un mismo tiempo el agua de los tiempos idos. Un día el fuego fue agua, como el ruido fue silencio.
HASTA LA PRÓXIMA.
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