Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Después de la noche debería haber otra. Me he quedado con la tentación de saber qué ocurriría si pudiésemos ir a otra parte donde estuviéramos todos de nuevo viéndonos los ropajes del otro lado del sueño.
Siempre lo que hay detrás está en el filo. Si tuviera la oportunidad, iría hoy mismo, al cerrar los ojos, volvería ese extraño retorno del sueño, cuya posteridad me asegura otra literatura. Quizás sea otro año, un día, un segundo, nada, pero igual con extremos de piano, de luces amarillas, de breve soledad entre las buenas noches.
Antes de inventar el tiempo, los libros eran manuscritos y había que trabajar durante 30 años, para saber que existíamos leyéndonos en otros labios, que nos escuchábamos en el eco imposible, cien años después con los pies destrozados.
En la mesa estarían los distinguidos escritores que no inventaron la estética absurda de las convenciones, o de las masas informes o conformes.
Más que una pregunta, siento la obligación de hacer un homenaje a esos autores de obras personales que todavía de este lado nos hablan en un rincón ignorado por el bibliotecario en las bibliotecas, como un despojo del tiempo, del espacio, de la forma inerme del ser.
Tal vez, al no ser árbol horizontal donde decrecen las hojas de la estima y la autoestima, en un supuesto fin revolucionario, olvidamos.
Pero mi conciencia se queda con Conrad y con Cervantes, que al escribir han tratado de lo contrario a lo que se ha dicho después de ellos. Y que la obra, en el otro sueño, se hace sola, en su ira individual.
Por mencionar un ejemplo, en esta república de letras, sería bueno cuestionar la novela, no mucho, pero si claro, porque el género literario es novela, pero por dentro es poema, es desde luego aroma de un cuento plástico de largo periplo. Pero muchas veces, confundida, la novela se intenta como una sucesión de cuentos.
Con el ropaje real, demasiado puntual y exacto para conocernos, solo trascribiríamos la sobrevivencia, con los objetos del sueño, esos que tocamos, pues qué tal si en ese otro sueño existimos desde antes.
Al dictar el momento en el cual se pasa de un estado a otro, sacrificando el hielo o el agua hervida, sacrificando la suerte, el rebatido instante de vivir e intentar ser felices, del otro lado del sueño la expresión imaginativa escribe años, literatura de horas recorriendo las calles.
Sería como una isla que viene de noche, una sucinta noche que posiblemente sea día, pero en cambio, en poemas está más cerca de la noche, digamos, es más íntima, el día es un intruso en el número de letras.
Sospecho que luego de esa noche, inmerso en la oscuridad de la incertidumbre donde nos inscribimos todos, escribiríamos para saber qué somos en este lado del mundo. Y volvernos más inexplicables. Pues a veces los versos nos ayudan también a saber quiénes no somos.
La otra noche sería una palabra que forme parte del ser, no esa que es un producto de consumo en el primer impulso. Estamos llenos de libros, quizás esta vez se deberían quemar algunos.
Cumplir con la literatura de esa manera, por otra razón, más que por la intimidad o intimidación en medio de la humillación moral, por simple humildad.
HASTA LA PRÓXIMA .
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