Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Porque estoy detrás de un sonido de Chopin, porque el silencio es una conjetura, porque las llamas cuadriculan la nada y es humo, quebrado.
De una vez declaro mi irrevocable fe persiguiendo un espacio. El precipicio me fue dado. He arrastrado las manos como hierbas en los pendientes de una caída.
De una vez declaro mi fe, mi irreparable don de resistir y residir en la tierra.
Ahí he nacido, y ahí voy con mi pequeño legajo del abecedario tortuoso. Camino a dos metros por pie, retornando la vista callada. En un sin fe de fes.
Es atención a un rasgo en la flora, un retículo despierto bajo el sol, quemando. La hoja amarilla trae juntos caracoles. La vez pasada fueron otras las miradas del otoño.
Corre el aire por la ladera de la sierra y se lleva el humo azul de las chimeneas, ojalá vuelvan las tardes como esta, tan nítidas y soleadas.
De lejos se escucha un autobús, ¿qué extraña es la imaginación?, detiene su paso, hay un junco a las orillas de un río neutro y pensante, sondendritas curiosas manipulando una espera que desoye otra.
Derribo la estatura del llano, es un recostar la hoja del plano y luego enciendo una llama de la estepa, el río se hunde, mi voz profunda deja fluir el momento.
El incendio hace un nido de lienzos. En porcentajes nocturnos, por partes iguales, se corrige la plana y se conecta la lluvia.
Un par de lentes y una tarjeta suelta con un dibujo intenso, remoto, de amplios trazos, cae de la imaginación.
En una hora de planta, hoja de té o simple hoja de plátano, el recuerdo se vuelve fiel, curiosidad por volver a ver la abeja que apuesta de nuevo por una gran flor morada en las nubes, bajo la tarde caída.
Aquella vez y una pared, a sumisión clara y tenaz de un paso apurado y otro detenido, tantas personas en todas, en el simple ajetreo de la mente. Escribo una canción. Seco un cuerpo al sol curtido con los dedos.
En las plumas, hojas y espacios precipitados de la memoria, en las vidas que he tenido, en las callejuelas del subconsciente, en las atiborradas sombras de la muerte, me he comprometido con la mundana creatividad. Estoy a un lado de las piedras y rumbo en el aire, soy aerolito.
Porque soy más sombra, más negrura pegada a las paredes, rondándome, haciéndome caso.
Porque soy este. Volteo para todos lados siempre antes de decir que me persigo, que voy atrás de mí. Soy sombra de lo que soy. Aquí he nacido, aquí vivo conmigo. Escucho el sonido de Chopin, durmiéndome. Increíblemente.
HASTA LA PRÓXIMA.
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