Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- ‘El güero pañales” renqueaba un poco. Tenía un ojo caído a madrazos. Un viejo golpe le hacía sombra en la mandíbula, casi arrancada de un puntapié.
Había perdido peso, y eso era muy notorio entre la pequeña banda de sus disque amigos. Una pléyade de rufianes que nunca se reunían sin pensar en el mal.
Uno de ellos era especialista en golpear con un tubo, que siempre traía como un tercer pie agregado a una de sus manos sudorosas.
El tiempo les duraba poco. Cada uno era su propia leyenda. Dos de ellos, los primeros de izquierda a derecha en esta fotografía, venían de colonias distintas. Pero no fallaban, tenían olfato goleador. Eran carnales. De uno de ellos no me acuerdo cómo se llamaba, pero el otro se llamaba o se llama Mateo, vivía todavía más al norte de la ciudad, casi hasta cruzarla. Los dos buenos para ratear.
Sí… el que venía en esos instantes, como una sombra salida de su sombra, era ‘El güero pañales”.
Oscurecía en el barrio. La noche se anunciaba de entre una retahíla de árboles frutales, estremeciendo a las señoras, apúrate que ya es noche y aparecía el “buenas noches” entre la gente pobre.
El güero pañales, era, por ser el líder, o por alguna razón que nunca supe, el más famoso de los cinco que ahí se aporreaban como perros.
Ahora más aniñado, a pesar de sus años, no bien se sabía quién era ese que pasaba de pronto zumbando y todos como correteándolo, siempre bien recio, al frente del reducido contingente, como si él llevara la única resortera.
En cuanto estaba la noche declarada, ya tenían todo planeado. Un tercer sujeto en la foto era el que solo se le conoció como “el del tubo”, se encarecía de antemano que a ese no debían hacerlo enojar. Eso lo sabían todos, incluso ‘El güero pañales”. En ese sitio donde ahora estaban le molió la cabeza a un cuate a puros tubazos.
No es que nadie se hubiera metido por el cuate ante plena mascare, pero era verdad que todos les traían ganas al difuntito. El “güero pañales” ya lo había herido de muerte y había pagado con dos años de bote. Es desde ahí, de aquel encierro, que ‘El güero” salió contando puras historias fantásticas.
Antes de eso nunca pudieron zafar ni masacrar “al cuervo” o “ave de mal agüero”, como le decían al difuntito, porque ‘El güero pañales” no quiso, simplemente sabía utilizar esa animadversión para manipularlo, y al mismo tiempo tener opositores al régimen que estuvieran de su lado. Se oye contradictorio pero así era. Hasta que el “ave negra”, como también le decían al Dios tenga en su santa gloria, se metió con “el del tubo”.
Un tiempo “el del tubo” estuvo en Chihuahua curándose ese muertito, pagando con el destierro, porque en lo demás no le iba mal. Cuando llegaba a venir traía puro carro deportivo. Se dedicaba a la compra y venta de carros calientes. Acá nos los vendía por abajo del agua, luego que pasaba diciembre, más “bara”, sin que sus jefes se dieran cuenta. Allá también se echó a otro cuate y acá aterrizó.
Un día por la mañana llegó a la casa de “El güero pañales” y lo despertó, ese era “el del tubo”.
-¡Uta güey qué bueno que viniste cabrón! – dijo “El güero pañales”.
-Dame quebrada “pañales” .
El güero sabía de la peligrosidad de “el del tubo”, pero ya se habían medido y rescataba para sí que el bato era valiente y al mismo tiempo era culo.
Por dentro “el del tubo” también lo odiaba a muerte. Y le tenía un respeto muy ortodoxo, porque el bato casi se mandaba solo. Igual, por extrañas razones, todo le resultaba mal al fin de cuentas, acaso no es que terminaban haciendo cada uno lo que quería por su cuenta.
El quinto sujeto era el más peligroso. Casi era mudo. No hacía ronda con los demás y había que ir por él a su casa y casi traerlo con engaños para contar con él y ya estando no había ocasión en que nadie se arrepintiera de haberlo invitado. De él, se murmuraba que quería ser el líder.
Tampoco es que al “mudo” le fuera indiferente el resto de compatriotas que lo acompañaban, al contrario, eran los únicos seres en este mundo con los que contaba, el resto en el mundo , estaban más cerca de ser sus enemigos.
La noche repentina descubrió al “mudo” de perfil, con su rostro encajado hacía adentro, casi sin nariz. Con una gran frente llena de cabello. También delgado, de mediana estatura; debajo de “El güero puñales”, de alguna manera todos le obedecían o casi le adivinaban el pensamiento. Por algo sería.
Decían que el “mudo” era el segundo de abordo y, como una lámpara que se prendía, de repente se calentaba. Le habían torteado la cara y la tenía llena de cicatrices y lesiones recientes, incluso.
El “mudo” no toleraba a la gente metiche ni a la aprovechada, porque intervenía de inmediato, costara lo que costara. Y le costaba. Pero ahí, entre ellos, hasta se dejaba ganar con el afán de continuar siendo parte de aquel equipo de trabajo. Que era más bien un deporte.
Entonces, desde ese perfil, bajo la sombra llena de luz mercurial, el “mudo” sacó la gran cantidad de canicas que había ganado en el juego anterior y esperaba al “güero pañales” que no tardaba en aparecérsele para cobrar venganza por todos los amigos y él mismo.
Así que cuando el “güero” salió de sus propias sombras nomás mirando al suelo, pensativo, sacó a la vez un resto de canicas de una bolsa y las puso en otra, y quien sabe para qué vaina lo haría.
Ambos eran una leyenda en el barrio. Lejos de ahí, todas las batallas las habían perdido.
Se jugarían el todo por el todo en el “pocito matón”. Uno de los dos moría inminentemente.
La fama de quien ganara cruzaría las esquinas y amanecería en la imaginación muy temprano para salir y retar, incluso al “del tubo”, cuyo tubo, era un tubo de plástico hecho trizas con nostalgia de bate de beisbol, traído por Santa Claus el año pasado.
HASTA LA PRÓXIMA.
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