Por Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Este palacio no siempre ha estado ahí, fue otra generación de tamaulipecos que lo hicieron y lo heredaron a quienes hoy disfrutamos de ese amplio edificio de estilo clásico y de corte militar que sirve al pueblo como palacio de gobierno, o, mejor dicho, oficinas administrativas del Poder Ejecutivo del estado de Tamaulipas.
Antes de eso hubo casas, pues se ubica en una zona donde se radicaron los fundadores españoles y su servidumbre luego de trasladarse de las orillas del río, cerca de Tamatán donde se asentaron un poco antes de llegar. Se dice que se movieron, no a mucha distancia, por las constantes avenidas del río San Marcos.
Ahí, a unas cuantas cuadras del palacio de gobierno estaba la casa de palma donde nación don Emilio Portes Gil, tamaulipeco que llegó a ser Presidente de la República y gobernador de nuestro estado. Su familia pasó por graves problemas económicos y su madre trató de sacarla adelante trabajando hasta noche como costurera y en otros oficios.
Por todo ello, se infiere que había un primer casco urbano en cuyo centro geográfico quedó apostado el palacio de gobierno.
Luego de trasladarse de la sede que ocupaban, en lo que hoy es el palacio municipal de ciudad Victoria, la nueva ubicación y arquitectura contempló una plaza y una iglesia como se estila en la tradición europea. Una plaza de armas como se les conoce en todo el país a este tipo de plazas, tal vez debido a que ahí se convocaba en tiempos de guerra a defender como primer punto esa plaza, donde estaba el gobierno. Aunque nunca ocurriera.
Este palacio sin embargo nunca fue asaltado, ni tomado como lo fueron otros. Siempre en tiempos de paz desde su construcción que data de los años 1949 a 1951, en el período gubernamental del general Raúl Gárate Legleu.
En los tiempos modernos hubo amagos de tomas, pequeñas turbas de colonos o campesinos con distintos y justificados reclamos que eran atendidos por un secretario general de gobierno, y a veces por el mismo gobernador del estado. Lo cual aparte de dar a conocer la problemática local, servía a los gobernantes para mostrar su eficiencia en asuntos en los que había necesidad de atender las prioridades del pueblo, que no era muchas, ni tan complejas durante el siglo pasado.
Que se recuerde, en su estructura principal ha habido pocos cambios, no así en su división, ha habido gobernadores que casi vivieron ahí, muy responsables o no. Otros despacharon en oficinas desde la propia casa de gobierno, cerca de la alberca, los jardines y demás instalaciones que de acuerdo y al gusto del gobernador en turno fueron acomodando.
Al centro prevalecía una gran fuente donde los comunicadores y gente en espera, niños y familias se sentaban a contemplar la cantidad de gente que llegaba y se iba con una carpeta bajo el brazo. Abogados, ingenieros, campesinos y obreros, gente que acompañaba a otros, pequeños empresarios que vendían dulces a la entrada y a la salida, en la explanada, cacahuates y chicles, caramelos para los niños.
Eran gobernantes muy sencillos, algunos de ellos hasta sublimes, saludaban a todo el mundo, aunque no hubiese reflectores cercanos, como casi siempre ocurría, en intempestivas agendas que de pronto cambiaban de rumbo ante lo imperioso, o al menos así era para ellos el asunto, una señora que pedía limosna y había que darle religiosamente. Atender a un conserje que deseaba un empleo para su hermano más joven.
Hay quienes recuerdan que el gobernador Américo Villarreal Guerra invariablemente metía su carro hasta el patio, un Grand Marquis azul metálico. Luego se iba por las escaleras o de pronto tomaba el elevador para saludar al eterno señor don Fernando Frausto con su también permanente sonrisa.
Hubo gobernadores muy pacíficos que se daban su tiempo, otros muy rápidos, muy veloces que traían corriendo a los reporteros todo el tiempo, no sé si a propósito, cuando intentaban lograr una exclusiva.
Muchas veces cuando el gobernador salía o entraba atendía a quienes lo esperaban en las bancas, fuere cual fuese la hora. Otros gobernantes, todo lo contrario, daban instrucciones para que se ajustara todo en términos de una agenda en la búsqueda del orden y la atención puntual aunque no siempre exacta, pues los problemas iban del menor hasta el casi imposible de resolver.
Hubo tiempos en que todo mundo tenía acceso al señor gobernador y las mujeres del barrio daban santo y seña, que si se había sonreído, que si las palabras que les dijo, que no eran tan fácil de olvidar.
Ha habido gobernadores campechanos, serios, formales, alegres, dicharacheros, muy sobrios, ebrios, metódicos, y solemnes. De todo.
Los tiempos cambiaron y entre la población los más jóvenes hoy buscan ansiosamente tomarse una fotografía selfie con el gobernador para subirla a las redes sociales.
Por los pasillos se reseña el eco de figuras de toda índole que han pisado los relumbrantes mosaicos, y el patio principal y único que el inmueble luce en el centro como un corralón de la vieja época europea de castillos y naipes.
En el tercer piso se han dado altercados, discusiones y prolongados abrazos entre políticos de todos los rumbos, líderes sociales que ahí habitaron cotidianamente y sociedad en general necesitados de algo. Ahí el pintor reynosense Artemio Guerra Garza plasmó el sexenio de Enrique Cárdenas González con colores claros, anaranjados y apastelados, siempre evocando una época tranquila y sin mistificaciones.
En las escaleras, años antes de fallecer, el pintor Ramón García Zurita dejó inconcluso un mural que a pesar de esa condición de inacabado, luce un esplendor del gráfico, del lápiz, del proyecto ya dejado entrever entre los colores que se enredaron con el rayado y el periodo muralista mexicano, con los rostros recios y trémulos de los personajes que nos dieron una historia que contar en este lado de la patria, titulado “Tamaulipas histórico”.
Por cierto, un mural pocas veces apreciado, ya que por motivos de seguridad la puerta principal del palacio que da a dichas escaleras permanece cerrada la mayor parte del tiempo. Salvo los casos de urgencias, que han ocurrido por cierto.
En mayo del año 2014 un secretario particular del área de finanzas se suicidó en los baños de la dependencia. Mucha gente recuerda que se abrió esa gran puerta principal con amplias escalinatas, para sacar al funcionario todavía con vida.
Por necesidades de espacio, los amplios salones de las diversas dependencias, que aun atienden desde ahí, se han convertido en verdaderos laberintos de poder o recorridos donde en cada puerta uno espera o hay que pasar para abrir otra puerta y llegar a otra puerta.
El edificio en sí mismo muestra su recio carácter y se conserva en buenas condiciones. Siempre aseado y venerado por los mismos trabajadores que ven un espléndido lugar de trabajo.
Con el tiempo, el ajetreo del inmueble ha disminuido. Se han construido nuevas sedes, a donde se extendieron las dependencias. En el periodo de Enrique Cárdenas González se edificó la denominada Torre de Cristal en el complejo que se llamó “Revolución Verde” y que alberga una biblioteca, el palacio de justicia o del Supremo Tribunal de Justicia del estado y el edificio donde estuvo la sede del Poder Legislativo.
Posteriormente, durante la administración de Eugenio Hernández Flores, se construyó el Parque Bicentenario, donde hoy se encuentra la Torre del Bicentenario, el Polyforum y el Congreso del Estado.
Con ello, se abrió el espacio que parecía ahogar a algunas dependencias que, por lo común, generan concurrencia. Y quedan los laberintos en dependencias que por su secrecía atienden a poca gente del público, que se han llenado de soledad y de un silencio espectador, donde unos hombres laboriosos y silencios navegan como en un gran barco hacia mar abierto.
Sin embargo, en opinión de algunos miembros de la burocracia, el creciente número de asuntos y la complejidad de la burocracia moderna anticipa el apremio para crear otra área con más y modernos servicios e instalaciones, que contemplen un amplio estacionamiento, de acuerdo con las necesidades de los usuarios, la burocracia y los funcionarios.
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