Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- En un sitio extraño duermo. Me veo, porque si no me viese no les estaría contando.
De una pieza, sobre el pasto verde a las orillas de un río pequeño, cerré los ojos. Claudiqué.
En el extremo de una barda, en el exterminio de la orilla desequilibrada está la otra parte que falta en este relato. Es la vigilia.
Entonces el café oscurece, la mesa es una mesa solamente sin manos, la calle se voltea hacia un precipicio por cuadra.
La noche es una revoltura de cemento en el estómago. Atrás de los vidrios, el hielo distorsiona la solemnidad acuosa que arruga el distinguido frío.
El ropaje es oscuro, pero la mirada es clara y de ojos redondos, como la luna. En un caer de agua, se destila el aroma de las hojas secas, se hace aguacero de flores en un terreno.
Durante la penetrante mirada las canciones son oasis que rescatan mis ojos. Desde entonces bebo la noche, escondido detrás.
Si despierto, como todo mundo, estaré hablando de otras ocurrencias, a eso me dedico.
Duermo encajuelado en el cerebro ligero como el mismo aliento. Respiro y el cerebro exhala la noche oscura. Y duermo.
La habitación es de cristal cortado con los dedos de un árbol. Haz un columpio, truena los dedos. Yo doblo las campanas del santuario de voces, son las cinco letras cerca de una palmada en la espalda.
Adrede duermo. Sin comisuras de labios, sin el sereno brazo adormilado, desde la canción en sí todavía no aprendida. Duermo en un sitio extraño, amanecí despierto y alguien me habló para que durmiera.
Ya es canción el paso por la calle, el ritmo trepado a un arrecife de luces, la noche saliendo al primer plano en un revuelco de palomas. Desde aquí no veo, y eso justifica mi ausencia. La noche es terriblemente ropa, sílaba derretida.
Los minutos son largos desde los segundos. Es noche para las ciudades de urracas y rompe vientos. Simulación de pinos de un bosque en llamas.
Esta es mi ciudad de noche. Un escaparate es la sombra breve, el escape de algunas luces entre los dedos, los fondos del túnel oscurecido en la vista, donde alcance a verse. Volteo los ojos para verme oscuro.
Me miro hacia adentro de las pulsaciones de un segundero. Son negras intenciones, discursos callejeros antes de beber agua. Antes de sacar un gajo de la eternidad de silencios y de callar la última palabra nocturna.
HASTA LA PRÓXIMA.
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