Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Pagas por salir, por verte en la sala, ya grande, o saber que has vivido, vivirla de nuevo, sales a la calle a cada rato luego de haber pagado, sales porque sales.
Sales del vientre, si pagaron. Todo tiene un costo más barato o más caro, ni siquiera es costoso, que sería lo que realmente costara un producto.
Eres el precio que otros ponen, tú traes tu precio inútil cargando todo el tiempo, inventándolo, haciéndolo en las manos.
Traes libertad para ir sin esfuerzo o sin venir siempre o quedarse atorado.
Salir es volver y quedarse, salir es salir. Afuera puedes decir y desdecirte, mover y deshacerte. Cada palabra se dice y se repite, la usan mucho las personas, son un juego de locos que no se entienden, un vago intento de vivir somos.
La libertad es un mito, siempre alguien te define en la ciudad, en el comercio local eres un aparador opaco que se busca, una línea muy delgada, terremoto en la oscuridad, un maremoto todavía en el fondo del mar.
Eres libre porque la palabra existe, pero tú sí existes en la realidad. Tu plan es quitarse de en medio, ocupar el frente, vagar por la orilla, perfilar un proyecto, despedazar la suerte.
Tienes libertad para ir y no vas, quieres decir y no dices, nadie te contrata para encontrarte en la esquina, o saber saludar en la mesa el protocolo aburrido de las visitas inesperadas, como una zona especial de suertes. Vamos a salir oliendo de ahí a naftalina.
Libertad para ver ojos que no nos miran, para caer de espaldas en el agua enterrada, para saciar un sueño en los parpadeos de un semáforo.
De un lado a otro hay metros, centímetros cuadrados, libres poetas con el cabello suelto, durante meses en cada mes que escribes, en los reposos de los dedos sobre un pasado que viene, y un atardecer que amanece de nuevo, de pronto sin ojos, sin odios para escribir esta farsa.
La libertad era para saber lo que hay atrás de una taza de café, dedicarse a ver el contoneo del vapor de un crucero de piernas.
A lo lejos somos todos vistos, en la ciudad embarcada, en un juego de luces artificiales, en retrospectiva de un pensamiento, en la marquesina que no entiendes, que prende y apaga los nombres. En esa otra nación que dejas al cerrar los ojos y apagar las luces de los focos, de los postes, de la continuidad del somos.
Esta es la casa, esto no es nada, aquí vivo yo en la zona de estragos, en la loma de los disparos, en el fuego del agua hirviendo, con el reflejo rápido de un tren desviado, en otro continente con sabor a café, en una máquina que es doblemente expreso, media de azúcar, pero se puede pedir más oscuro, como la noche, que sueño, muy en serio.
HASTA LA PRÓXIMA.
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