Marco A. Vázquez
Cd. Victoria, Tamaulipas.- Mi niñez fue treinta, treinta y cinco años atrás, no existía Santa Claus o era complicado encontrárselo en las calles, la televisión era un lujo de poquitos y en la radio era más común escuchar Kalimán, Porfirio Cadena, La tremenda corte, Chucho el roto, y anuncios llenos de creatividad que invitaban a consumir cremas, brillantinas o ir de compras a algún almacén.
Por aquellos años el 24 de diciembre era acudir, de casa en casa, a rezar “la acostada” del Niño Dios, recordar que se hizo hombre, fomentar la creencia en un Dios, besarle los pies en señal de que aceptamos su voluntad y luego disfrutar chocolate, tamales y un puño de dulces, los regalos eran lujos de unos cuantos, de la clase privilegiada así que muy pocos los conocimos.
Sin embargo aquellas fiestas eran muy felices, se hacían tamales para una familia que tranquilamente reunía a 40, 50, 60 personas en la Noche Buena y otro número similar para recibir el Año Nuevo, ambos día se parecían mucho ya que a las 12 de la noche era emprender un peregrinar caminando para la casa de los abuelos, los tíos, los vecinos, los amigos cercanos para dar el abrazo, los buenos deseos y recoger más tamales, más champurrado, más chocolate que se recibían como una bendición.
En realidad no recuerdo en qué año ni cómo fue que llegó Santa Claus a nuestros hogares pero fue hace poquito y quizá tenía edad suficiente para dudar de la existencia de ese gordo que siempre lanzaba carcajadas aunque no pudiera comprender por qué, así, mi juventud y edad adulta me llevaron a ser un grinch, aunque parezca lo he sido por antonomasia, por lo menos no me gusta esta Navidad que disfrutan a morir los comerciantes pero la sufren mucho los padres de familia.
Soy un hombre que extraña, con mucha nostalgia, aquellos días en que los niños éramos felices más por lo que se inyectaba en el alma que por recibir un regalo de esos caros, de moda y que no duran más de dos o tres meses.
Pero más extraño recorrer las calles de mi colonia, de mi ciudad, con la seguridad de que nada pasaría, tener la certeza de que caminar a las 12 de la noche era igual de tranquilo que hacerlo a las nueve de la mañana o las tres de la tarde.
Por supuesto, extraño caminar y que todo mundo salude, conocer a mis vecinos, incluso extraño a la gente que regalaba abrazos o invitaciones a pasar a la casa para comer tamales, o a las mujeres que el día primero del año llegaban a despertar nomás para intercambiar buñuelos.
Han pasado 30, 35 años y las cosas son diferentes, hoy los niños no saben que el 24 de diciembre es Noche Buena, algunos ignoran que el 25 es Navidad, hoy ellos esperan a Santa Claus y no saben por qué pero no les preocupa, tampoco tienen idea que no es el mismo que Jesús, lo confunden con Dios sin saber que no es otra cosa que mercadotecnia y una invitación, casi de a fuerzas, para que todos los padres de familia recorran tiendas y compren, gasten lo que se batalla mucho para conseguir hoy en día, dinero.
Si, quizá si sea satisfactorio hacer este tipo de rituales, el darle un regalito a los hijos pero, insisto, en nada se parece este día a los 24 de diciembre de mi niñez, hoy no se fomenta creer en algo nomás se atiza la envidia y el consumismo, el sentir que se tiene el mejor regalo que el vecino o que pueden tener lo que deseen a veces sin merecerlo.
Igual desagrada que este proceso también nos ha llevado a la descomposición social, hoy las noches del 24 son de karaoke en el bar, en la disco, en las calles y hasta en la casa de los amigos para emborracharse, pocos creen en Dios y partimos de ahí para estacionarnos en lo que ahora vivimos, violencia, muerte, en la pobreza extrema, en la inseguridad, las drogas y el alcohol.
Ahora, siempre es tiempo para retomar en camino, siempre es tiempo de buscar lo mejor, siempre es tiempo de recordar que el 24 de diciembre es Noche Buena, una de las fechas más grandes para los que somos católicos y también para quienes no creen en Dios o disfrutan de profesar otra religión, lo es, porque nos regresa a nuestros orígenes, porque nos obliga a reflexionar, porque nos lleva a donde duele o se disfruta con la promesa de empezar a ser mejores.
Hoy es Noche Buena, es un buen día para la reflexión, para disfrutar, para creer en Dios y para pedir que nos ayude, más a quienes lo necesitamos para sanar heridas, para pedir perdón y para regresar a lo que hemos sido.
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