Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Revisaron bien la casa y no lo encontraron. Voltearon los muebles, los revisaron casi por dentro; los más chiquillos, traviesos, se subieron al techo y tampoco lo hallaron.
Lo buscaron inexpugnable como era siempre, inexplicable, con una forma de andar por la vida como sin darse cuenta.
Ha de estar en algún lugar muy insignificante, dijo alguien, pues a como se le conocía, “el muchacho”, como su padre le llamaba, no tenía los alcances para esconderse de modo propio o con la más mínima intención de no volver a ser encontrado. Al contrario.
Así que no extrañaban mucho su ausencia, lo que les parecía extraño era la repentina preocupación de los ahí presentes por encontrarlo. Querían verlo, y ahora con más razón, querían ver si en realidad el muchacho había existido.
También querían se supiera de su compasión, de su amor por los demás preocupándose lo necesario.
Uno de los presentes no recordaba bien la voz del joven extraviado, ahora que lo mencionaban, pero había sabido que era muy tímido y en las veces que había visitas, por lo general no se presentaba; de modo que ahora venían con esa jugada de preocuparse. Y eso mismo era motivo de análisis.
En el fondo del solar, donde solo él sabía, estaba Pedrito, como le decían de cariño, aunque a él eso le repateaba el buche. Y era pedrito, tendría cosa de seis años, no más. Estaba según él escondido.
Ahora ellos, tenían la ausencia de Pedrito, que no sé si se la merecían, Pero Pedrito sabía que se podía ser feliz sin ellos, incluso ahí agazapado en unos maderos podía ser feliz con cualquiera que le sonriera, no necesariamente ellos.
Lo sabía de cierto, gracias a ellos que ahora hacían como que lo buscaban, como que en realidad se preocupaban. Pero sabía que ellos habían sido muy felices también sin él, de modo que la suerte estaba de su lado. Tal vez no vinieran a buscarlo. Tal vez creciera, se casaría y tendría hijos, no se sabe.
Uno de los presentes en aquella reunión intentó salir pero fue atajado por palabras muy tranquilizadoras, “tal vez regrese solo, no es la primera vez que se pierde de esa manera, cuando hay gente”, dijo el padre de todos, que dictaba en ese momento lo que había que hacer y decir la gente, y callarse, él estaba ahí para preocuparse, no ellos.
Y sí. El papá vio a pedro correr por el patio, pero eso no podría precisarlo ante un ministerio público, no supo si fue ayer o hacía un mes de ello.
Pronto oscurecería, lo cual ponía más drama al asunto, tenía que oscurecer, ni modo de que se detuviera el tiempo hasta que lo hallaran; quien se iba a estar fijando, pero si dejaban que oscureciera, había chiquillos que corrían el riesgo de perder el juego, y de que Pedrito saliera gritando el consabido can, can, salvación para todo mis amigos y yo.
Y quien sabe. Pues por alguna razón que todos y nadie sabe, no fueron a buscarlo al sitio donde se esconde, como una estrategia, parte del juego en el que no se vale perderse para siempre, pero sí de vez en cuando.
Al asunto pudo dirimirse al final; oscureció y Pedrito tuvo que desengañarse, creció, salió de su escondite secreto, se casó y ya nadie volvió a saber de él. Para otros simplemente despareció.
HASTA LA PRÓXIMA.
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