Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas. – Sonreí como loco por las calles, sonreí como arena, como piernas, cada que corría.
La risa es risa sin adjetivos crueles.
Quienes aman ríen siempre. Nunca falla. Sonreír es el prójimo que soy yo al mismo tiempo. Asfixiado. Yo por ejemplo me río de mí mismo todo el tiempo.
Cada memoria sonríe, se mantiene alerta ante la posibilidad de salir airosa. El poder radica en saberse sonreído.
En el gran caparazón que puede ser la sonrisa, hundidas están a veces algunas derrotas. Uno ríe.
Cada vez es más difícil sonreír en ciudades como esta. Pero sonreír es un cántaro de agua. Abres los ojos. Deberíamos sonreír siempre más con los ojos que con los labios. La risa, a veces es un sueño único y de espaldas.
Hay quienes han muerto sonriendo. La muerte pasa sonriendo, pelando los dientes.
Hay quienes ríen siempre. Vienen de donde se inventó la sonrisa y hablan ese lenguaje de estruendos y repentinos ataques, en lo que fuman un cigarro tras otro.
Yo voy pasando, soy un eco enterrado en mi conciencia de tierra, de pájaro en las manos de un alfarero inaudible. Como todos, vengo del futuro, conozco el paso de regreso que me lleva al sitio donde he nacido. Soy mi sombra. Al rato vuelvo hecho palabra.
La sonrisa es hija del viento. Con nombre de india, la sonrisa fue antes que nosotros los hombres, es una exclusividad de ellas.
La sonrisa, ese huerto de mil años entre las hormigas y la carta de amor bajo los fresnos. Cada movimiento de rama es sonrisa como una pila de veredas a través del aire.
Al nacer, la risa apaga el foco de la tristeza y como lluvia puedes hablar con ella en sueños debajo de la casa y vuelves a creer.
Si escribes de mí hablas de mi risa. Mi risa después de todo y contra los reaccionarios a la fe inquebrantable.
Un año antes, la sonrisa se funda en el viaje de vuelta al planeta. El futuro comienza una campaña donde participan siempre dos: uno, y quien adentro de nosotros dice que es nuestro otro yo.
De tradición anarquista. Entre los archivos de la policía soviética y reporteando un virus que da en el alma de los resucitados, leyendo un poema, está la risa jugándose el pellejo de última hora, perseguida de oficio.
La risa es un barandal en una revolución. Saltas y del otro lado hay fragmentos de los sueños.
Despacio viajas a ese relámpago de luces y sombras. Nos falta mirar más allá de la cruz y la sangre para levantar una calle. Sonriendo. Y tomar la forma de lo que hace mucho debimos haber sido, sin falsos testimonios.
La risa le habla a la tristeza, qué bueno. Ríes amablemente, en este instante. Sueltas la arrogancia, te lías a golpes antes, subes la propaganda de tus dientes blancos.
Y sonreír siempre, quiere decir a capa y espada surrealista, sonreír siempre, como un viaje al mercado negro de la excesiva alegría de este país.
HASTA LA PRÓXIMA.
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