Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Esta vez se cerró la puerta. En el filo que hace un rayo de luz quedó la memoria, el espacio abierto de la nada, pero con el silencio de otra palabra todavía, enseguida.
Me asustó el miedo, la cancha que va a la otra esquina del patio, el derrotado partido que hace años todos recuerdan.
Si me hubiera asomado, sabría que la gente corría por las calles, que se recogía en las tardes, que dormía cansada respirando. Pero me asomé al ombligo de la sombra, al dicho por nadie, donde solo un ser como yo pudo haber imaginado.
Medio faro aluzaba correctamente, el resto estaba lleno de mariposas negras, faros oscuros que se volvieron alas, mariposas satelitales de la noche.
Hay voces que no se escuchan, uno las promueve, son piedras de letras, sílabas de tierra que uno acostumbra. Nadie escribe, deletreamos nuestros falsos nombres en un cuarto.
Con el tiempo de profeta, los escurrimientos del pasado perfilan una suerte de engaño, usted sabrá más que yo en lo que yo lo arruino.
Dentro de las ideas hay un pozo en llamas, quienes saben de biología vieron un documental donde el alma ardía, dijeron que era un estado teórico, que apagara la llama de la lectura, que un fierro cruzaba el agua justo cuando no podíamos movernos de frío, de acero, de dureza cascada en la lengua.
El rayo de luz da justo en el centro de un círculo arbitrario, se moja de luz, el eterno dar vueltas buscando la cola, el perro que habita es un llamado a misa, un repiquetear de campanas ilusas. Estoy sin armas, estos son mis labios que pronuncian, de pronto alguien mueve las cortinas y el viento me azota, tranquilamente.
El negro es luz, la oscuridad es otra en esta casa, es chillante, amarilla tenaz, celeste, acuosa, fuertemente untada, café merecido en las trompetas del holocausto, el verde es un silencio atronador de estampidas y el rojo es un pañuelo encima de un kilo de tortillas.
Bajo la mesa está el recuerdo de un árbol, un perro que no muerde y una sartén por el mango. Prometo no comerme de hacer hambre, de hacer frío no moverme sin tocarme, desparecer por cierto, o por falso, por decir una palabra menos.
El reporte debajo de la cama es que no han reportado nada de eso, es una ficción de las mías, una llamada en falso, un telegrama remoto del fondo del océano. Me reporto líquido sin frenos, material de jefatura ociosa, resquemor de lava helada bajo el techo de cristal cortado.
Soy esta pieza fundamental que se atreve a callar, a no decir, cuando suele ser extraño que alguien desobedezca, oficialmente callando, para no decir falsedades, como que existe una casa, como que vivo y estoy en esta parte donde no escucho, donde no duermo, me sueño.
HASTA LA PRÓXIMA.
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