Por Pegaso
Reynosa, Tamaulipas.- Andaba yo volando allá, por la colonia El Olmo, donde ayer se celebró una reunión de la raza periodiquera con el Obispo de la Diócesis de Matamoros, Monseñor Eugenio Lira Rugarcía, y yo me llevé una agradable sorpresa al ver lo campechano, buena honda y sacalepunta que es este señor, a diferencia de sus antecesores, Fortino Armendáriz Jiménez y Ruy Rendón, de adusto semblante.
El ensotanado llegó a la mera hora, muy jovial y saludador. Luego pasamos todos a la nave principal de la parroquia de la Medalla Milagrosa que regentea el padrecito Chuy García, donde cada uno de los picateclas recibió un bonito rosario con cuentecitas de colores y una imagen de la Virgen de Guadalupe y de San Judas Tadeo.
El motivo de este evento fue la celebración a San Francisco de Sales, nada más y nada menos que el patrono de los comunicadores.
Luego de la rueda de prensa donde el Obispo anunció que se pondrá en marcha un programa llamado «Iglesia Segura» para orientar a los feligreses sobre lo que deben hacer en situaciones de peligro, todos los ahí reunidos degustamos un opíparo desayuno.
Más pronto que inmediatamente la raza tomó sus platos para servirse una generosa porción de guisadito de res, con su machaquita, sus frijolitos, sus ricas tortillitas de harina y su juguito de naranja (¿alguien había notado que los mexicanos hablamos siempre con diminutivos cuando nos referimos a la comida?)
Me llamó mucho la atención algo que dijo Monseñor, en torno a que la jerarquía católica debe armarse de paciencia ante el cúmulo de problemas por los que atraviesa la población, y utilizar la «escuchoterapia» que, como dice el Papa Pancho I, consiste en oír lo que tenga que decir la gente.
Yo me quedé en suspenso porque pensé que el padrecito iba a soltar la sopa y a comentarnos algunos sabrosos chismes de lo que le cuentan los feligreses, pero al final nos quedamos con las ganas. Secreto de confesión, como diría el ya fallecido párroco de la Iglesia de Guadalupe, Carlos Vega.
Más adelante, en un evento que se celebró en el Centro Cultural, dos compañeritos me presumían sus brillantes rosarios, uno con la imagen de San Juditas y la otra con la de la Virgen de Guadalupe.
¿Acaso son iconoclastas? -les pregunté, sabiendo que no tendrían ni idea de lo que significa la palabreja.
Quise explicarles, pero creo que ni me pelaron porque empezaron a voltear para otro lado y a poner los ojos medio en blanco.
Iconoclasta es aquel que adora a los ídolos, y es sinónimo de idólatra.
La Biblia -les dije-, si ponemos atención en su lectura, dice que no hay que adorar a ninguna figura, imagen o ídolo. Vamos, ni siquiera la representación de Dios. Recordemos que cuando Moisés le preguntó en el Sinaí por su nombre, Él no dijo: Mi nombre es Fulanito o Perenganito, sino simplemente dijo: Yo soy el que Soy (YHWH, en hebreo).
La Iglesia Católica está plagada de imágenes, de ahí que a menudo se le califique de iconoclasta.
Y mis iconoclastas amiguitos prefirieron ignorarme olímpicamente.
-¡Ateo! -me dijo alguien.
-No. No soy ateo, sólo poseo un poquito más de información que tú -le contesté.
Pero ya sabemos que en materia de religión y futbol es mejor no entrar en discusiones, porque es cosa de nunca acabar.
Mejor nos quedamos con el refrán estilo Pegaso que a la letra dice: «Al númen implorando y con el instrumento contundente proporcionando». (A Dios rogando y con el mazo dando).
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