Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Porque para cualquier demolición soy el cuerpo que queda debajo, en las polvorientas manos la idea es sacar una piedra y entrar. La soledad es un andén boca arriba de la mirada a los labios.
En el sentido de las palabras en fila, se va dejando una cicatriz. En el olvido más chico te asomas y me observas como la primera vez.
Hoja en medio del árbol, te adiviné en medio de las risas de una multitud mientras llovía. En los huesos, de un extremo a otro, mi cuerpo es el mismo de aquel día. Cosas de la vida, la memoria es un arte por sí misma.
Entre las cabelleras de tus tardes crecen mis dedos en los parques. Estoy en la estación de esta ciudad. Escojo ver lo inaccesible. Voy a los rincones, me someto al frío inhóspito del fondo de esta calle interminable.
Porque de cualquier manera estás en todas partes elijo verte. Es un instante, luego existo.
Me gustas en mis demoliciones existenciales, en la sequedad del pensamiento árido que llueve, hace un pozo y huye. Me gustas en el atardecer con tu risa. Atrás de ti alguien te dice que me mires. Soy también tu sonrisa.
A centímetros del suelo, la casa deja penetrar la tarde erguida aun, pero perdiéndose. El día es un incendio que se apaga primero en el horizonte, luego el humo invade las casas. Si hubiese una soledad pudiera ser que encendieran las primeras luces.
La ciudad se inunda pronto de un desconocido zodiaco leído en las lumbreras de los tanques, por los pordioseros de las esquinas. Se ha vuelto a meter la noche en los cuerpos que deambulan.
Aun ahí surges de mis paredes y si te llevo es porque hice un pacto con el viento. Es mi tiempo, con algunas costillas rotas, la resistencia en una cuerda floja, pero ya casi al otro lado del río. Es mi cuchillo una pluma. En el papel que habla te haces poema dicho en mis labios.
El tren que ondula en aire con su viejo silbato, volteo a ver cómo es que una sola palabra te trae y escucho tus pasos. En un sitio del momento, donde se amontona lo que somos, te pienso. El aire es el polvo del tren huyendo siempre, yo soy el ancla de fierro.
Si te quiero es porque te llevo a todas partes. Porque estás en mis ropas.
En las demoliciones de mis espejos hay sucesos funestos, historias heridas, marcos de un cuadro vacío, la cuenca del ojo para ver el pasado masacrado a golpes. Abajo el suelo sigue siendo seguro. Desde ahí he visto bien lo que hay arriba.
En mis demoliciones de espejos hay risas, tus risas, las mías que vienen de lejos, la últimas risas, la primeras, las que sobreviven a los quebrantamientos.
HASTA LA PRÓXIMA.
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