Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Es costumbre malsana en la política mexicana la de mentirle al pueblo. Venderse en lo previo, o en lo inmediatez del dinero.
La ambición ha llevado al país por los derroteros de la señora corrupción con todos sus hijos.
Hemos esperado por largos años a un presidente de la república que nos rescate de este charco podrido. Pero todo ha sido en vano.
El análisis va más allá de un cambio insuficiente. Siempre es por dentro, donde el alma de la patria seguro va a querer un enorme ración de fe.
Es cierto que la nación se ha desarrollado y ya puede manejar un Ferrari. En su diversidad, hay regiones impunemente pobres cuya solución está en sus manos. Pero se las han amarrado.
No veo pobreza sino desigualdad premeditada y alevosa, como los crímenes. Con saña.
Hay otras regiones que se desarrollaron ampliamente, pero padecen los servicios públicos del tercer mundo. Hay escuelas que resisten debajo de un árbol.
Los programas habitacionales han sido un desastre y un nicho de corrupción. La vida no es pareja adentro de las ciudades.
Hay los que viajan blindados y otros mueren en las calles perdidos por una bala. Lo que se ve no se juzga.
La gente todavía muere de una infección en los humedecidos y desabastecidos hospitales del gobierno. Hay pacientes que son atendidos en los pasillos del terreno nacional, las salas de espera son fotografías de una larga e inmerecida decadencia.
Para un joven, cada vez es más difícil escalar la pirámide en cuya punta se maneja el dinero del país. Los grandes ingresos empresariales a costillas del presupuesto. Pero aún más difícil es escalar en lo empresarial, con el monstruo de las trasnacionales que lo absorbe todo.
El análisis es pobre, pues en el inframundo, el descenso es hasta donde se conducen los más pobres. Los ignorados cuya indigencia es atrapada, conducida y entregada al odio y al desahucio de la historia. Al anonimato de los que mueren en una balacera, a los que pueblan las cárceles, a los perseguidos y olvidados.
Todavía hay gente que vive de milagro, no se sabe cómo es que sobreviven. En cada ciudad grandes masas se movilizan a diario sobre la nada. Van al centro. Sacan bolsas de plástico de la basura que revisan a conciencia. Acarrean fruta de un lado a otro, cantan en el transporte urbano, bajan un mueble, lo estacionan, se cuelan entre la gente vacía.
Pronto vendrán las elecciones y con ellas las cínicas promesas de quienes desean ser presidente de la república. Vendrán los triunfos anticipados y los pacificadores de la derrota. Vendrán los negocios políticos, como algo que se puede fumar antes de que se cuenten los votos.
Si se ponen de acuerdo vetan a uno y a otro, queda el que no la quería. Eso no importa, importa a qué intereses obedece, aunque a veces este se tome toda la botella y agarre monte.
HASTA LA PRÓXIMA.
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