Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Si se dificulta pensar es porque el hombre contemporáneo piensa hacia afuera, no hacia adentro. Es adentro de sí mismo donde está el real universo.
Los primeros pensadores en Mileto, en Grecia, descubrieron el cosmos en el pensamiento.
La razón es creer que el mundo existe, luego se mueve y todo comienza a cada instante, que es uno mismo, un solo instante y un solo elemento: el verbo.
El cosmos es la vista, la sensibilidad con que se absorbe la geometría atmosférica y la poesía.
El ser humano piensa en el sentido de los demás iguales a él y en ese entorno se mueve. Y sin embargo la naturaleza no siempre lo integra a su mundo. La naturaleza, que también nace y muere, tiene en sus actividades servir al hombre y sin embargo escasamente conviven.
El ser humano ha usado la naturaleza y se he servido con dispendio, no ha tomado nada más lo necesario, sino que en su acto de pura soberbia hemos inventado tecnología que se maneja con elementos no renovables y cambiamos los planes.
Modificamos las formas de convivencia según los intereses de unos cuantos ambiciosos que nos venden la risa y las ganas del llanto en una póliza.
La noche podría llegar a ser día y el día un incendio interminable. El ser humano, que poco se evalúa a sí mismo, busca compensar con bienes materiales aquellos espacios en donde pensar te hace real, te hace ser humano real.
Si volvemos a los griegos descubrimos la máscara de la tragedia, la terrible farsa.
Los hombres de hoy se visten de sus antepasados, son incapaces de crear, de soñar sin los nuevos instrumentos que lo inculcan a olvidar, a no razonar y a no pensar, y sí a consumir.
Se consumen por lo general artículos sintéticos, químicos, claro, abastecidos por recursos no renovables.
Durante un bote de basura de la clase media (La clase media: ese invento de las sociedades modernas y corporativas) encuentra uno los restos de su consumo. No es consumo básico, sin el cual te mueras. Son cajas de instrumentos, juegos, y artículos digitales, plásticos, papel, metales, unicel, ropa seminueva, bolsas de plástico, pet, zapatos, mesas quebradas, sillones doblados, restos de jugos y contenedores pequeños de comida rápida.
No sé. Quizás un día nos vayamos de este planeta. Y la humanidad logre salvarse de una manera espectacular en favor de su causa. Pero pudiera ser que no.
Con todo ello somos incapaces de tolerar, tener paciencia, se tranquilos durante una trifulca, ver por ver, escribir por escribir, buscar sin hallar por el sólo hecho de buscar. Y lo más grave: somos incapaces de amar.
Queremos en cambio convertir el tiempo en dinero, el tiempo es valioso dicen. Y lo es, y también no extinguiremos con el tiempo que no existe, que es un invento a la hora de ser el que llega tarde a todas partes.
En un mundo tan pequeño no vamos a ninguna parte, antes nos peleamos, queremos lo de aquel o aquella, no impulsamos lo que nos compite, halagamos hipócritamente a quien nos sigue la corriente o para que diga lo que no siente, somos efímeros, incapaces, comemos lo que nos hace daño, decimos las cosas para que nada cambie, para asegurarse de que su hijo salga a su padre y repita la escena, el aquelarre.
Nos acomodamos en una cómoda esquina del mundo a ver hacia dónde se dirigen otros, los del cohete, los de las armas nucleares en nuestra breve mirada; y esperamos la hora de la comida, cenar antes de irse a la cama con una arma en la mano, y la otra mano, que escribe suelta, en un pequeñísimo teclado, escribiendo en la nube de Babel.
HASTA LA PRÓXIMA.
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