Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- En México si algo nos falta es ver por nuestros pequeños. Los más indefensos. Lo que les pasa a sus padres también les pasa a ellos, su futuro es también una consecuencia de todos nosotros quienes le hablamos, le escuchamos y le acompañamos.
La ruta existencial de un mexicano promedio es cuesta arriba en el terreno que sea. Sin recursos es difícil emprender un algo, pero es lo que hay y hay que darle. Muchos no toleran la situación que vivimos y se vuelven rebeldes con causa, otros se recilencian, y encuentran la forma de desarrollar sus aptitudes en cualquier espacio que se les presente.
Hay mexicanos que sostienen su honestidad a toda prueba, pero son los menos, ocupan los espacios menos inexplorados, las regiones inhóspitas, donde no hay dinero.
Los espacios más peleados, es decir una batalla que se da a muere, son las posiciones políticas que traen el poder en los hombros.
Un niño mexicano nace en la incertidumbre y se le llama suerte a los grandes golpes a favor que da la vida por estar o pertenecer a tal o cual grupo, por mera coincidencia, por necesidades de apremio, casi nunca como un reconocimiento. Los reconocimientos se venden a peso.
Un niño ve y escucha como un grande, siente como los mayores no sienten, y son más capaces de decir y hablar con propiedad y sin distingos lo que ven y piensan. Es el medio el que los vuelve precavidos, si hablar es una responsabilidad desde niños, igual es aprender a no ver, a callar, a reír cuando lo que quieren es llorar.
Muchos niños son conducidos de la mano en todas sus teorías imaginarias, en sus proyectos que el ambiente y las cosas raras e imprevisibles que ocurren en este país los van formando.
Cuando alguien crece creció en México y eso es otro boleto.
Un mexicano es un ser trashumante en el mundo, se le conoce su fe religiosa, su talento para improvisar y su fuerza que llega hasta el sacrificio heroico, pero no su honestidad.
No es el mexicano común el deshonesto, pero casi. Es también el que cierra los ojos y se cubre los oídos con indiferencia, es el adaptado a la coyuntura del límite que le impusieron, al cual tiene derecho.
Los niños son las cajas que se acarrean en un pequeño autobús calificado como olvidados y así los mantenemos, en un reclusorio donde son señalados y retratados continuamente en los medios, para decir que los atendemos y somos muy buenos, como si los niños no tuvieran otros derechos.
Uno recupera las fuerzas cuando uno de ellos destaca, pero son los menos.
La atención a los niños, que es prioritaria, no solo se da en los hogares sino que invade todos los ámbitos. A donde vayas hay un niño mirando. No siempre tiene un hogar propio, no siempre come, no siempre tiene su familia los recursos para curarlo cuando está enfermo, depende de sus padres, es cierto, pero muchos de ellos están sin trabajo.
HASTA LA PRÓXIMA.
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