Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Aquel día, José Ramón Rentería, atrás de las rejas de una ergástula municipal, imaginó lo que otro día en el futuro le ocurriría. Lo pensó nomás así de sopetón, como se piensa cualquier pendejada en toda la extensión de la palabra.
No que adivinara el futuro, y hasta podría vivir de eso, no, José simplemente imaginó como se imagina una torta, unos huevos estrellados, por ejemplo, un día domingo.
Los pasos que dio alrededor de un circulo que él mismo trazó en aquella celda de 4 por 3 metros, le alcanzaban para sacar a patadas las únicas dos ideas que le rondaban la tatema. Si yo hubiera estado ahí me hubiese puesto pedo nomás de verlo dar vueltas. Pero a mí me toca contarlo. Eso creo queda en la otra obviedad.
La primera idea que traía José era bastante obvia que estuve a punto de cancelarla, era mucho para que un sujeto como José Ramón, aquí vilipendiado por quien suscribe, tuviera la idea de querer salir de ahí aunque todavía no se le ocurría cómo quedarse las 36 horas sin pagar multa o buscar al comandante que no era el comandante sino el primer cabrón que se acercara con uniforme a la suite privada y convencerlo de que le diera quebrada.
Horas antes lo había llevado arrastrando y al llegar a la celda lo aventaron hacía abajo donde está la sala de distinción de los que ahí caen descalabrados y pierden el conocimiento. Eso le paso a José Ramón. En el suelo vio por primera vez en muchos años para arriba. No era el cielo, era el techo descascarado de pintura de aceite celeste, con ronchas, descascarándose.
La noche anterior José andaba irreconocible en el barrio. No que las pudiera y que fuese un ídolo de los encordados para tirar chingazos, porque hasta eso, el José que yo sepa es de índole pacifista. Entre la raza es más chingón claro quien les gana a todos y de una u otra manera ya lo demostró con uno que otro picudo, los demás, por extrañas razones se alinean de inmediato. Hay un jefe. José era de los últimos clasificados en cualquier campeonato.
Así que andaba irreconocible como siempre que se ponía pedo, hasta dirigía la mirada a las morras, les decía palabras que nadie entendía, ni él. Después se reía con los dientes perfectos pero demasiado grandes para su cuerpo.
Cuando se incorporó adentro de la celda, luego de tornear los ojos, ajustarlos al presupuesto de la segunda dimensión y darse cuenta que no se había rasurado, vio a otro individuo, sentado en una bardita de lo que antes había sido mingitorio corporativo. Ahora seco, servía para otros menesteres. Enfrente, el nuevo mingitorio de la raza lucía brillante y a tope, era una especie de éxito que casi te vomitas. Me lo imagino también, nunca estuve por ahí, si no me quieren creer es lo mismo.
José intentó ver por la ventana para darle mayor realce al evento, pero sintió como un agravio que no le hayan abierto ventanas a aquel inmueble. Era raro, porque lo que es adentro el penetrante hedor hería de muere cualquier sensibilidad olfativa.
Habían llegado otros dos sujetos más y, cuando todo mundo pensó emocionado que estaban completos, cayó otro bato. Siempre quien llega es un invasor, un novato, y de ahí no sale hasta que llega otro. A veces sucede al revés y el que llega tira madrazos. A veces hay batallas campales a ver quién gana y gana el más débil. Nunca el más fuerte. Usted querrá saber por qué se los digo.
El último que llegó era de esos, que tiran para todas partes, pensó José Ramón, sin miedo todavía. El sujeto tan pronto entró hizo una ligera calistenia nerviosa, como tanteando, pero José Ramón no se dejó amilanar esta vez como siempre hacía. Esta vez quiso asumir el control, la mortal delantera que condujera en aquel cadalso a un sitio seguro, es decir, ya en cristiano, que el bato aquel no lo fuera a agarrar a putazos.
José era de los más débiles que habían caído en aquellas celdas. Sus huesos calaban en su semblante, y le daban forma. Así que en realidad quien estaba enfrente era un ex boxeador o un luchador de esos que pelean con todo revuelto, patadas a los huevos, guantadas, codazos, hasta mordidas. Igual, era puro cabrón, pero así lo observó José en principio. Bueno. Después de que el tipo dejó de hacer calistenia, en corto, de un jab en el hocico derribó a nuestro amigo José.
Si hubiera habido porra en una pelea preliminar como esta, hubiesen estado con José hasta el delirio y hasta hubieran querido protegerlo, agarrar a chingazos al otro, pero no fue así.
José cayó ya sin saber qué onda. Se la habían ido las cabras al monte. Pero un poquito antes de que perdiera el conocimiento, imaginó lo que le iba a pasar.
Ya en el futuro, al otro día. Antes de que usted lea esto. José ramón fue trasladado a una pequeña rampa y ahí lo olvidaron por tres horas hasta que llegó una ambulancia y se lo llevaron para que le curaran el labio inferior, porque lo llevaba partido en dos partes iguales. Además, de ahí del hospital, sería liberado, con un pañuelo ensangrentado en la mano y bien crudo.
Curiosamente en el camino a su casa pasó a dos cuadras de donde está la cárcel municipal y vio al sujeto que lo había golpeado subirse a un carro. Corrió para detenerlo, pero las piernas traicioneras nomás le duraron 20 metros, no lo alcanzó, qué bueno, pensó después, la hubiera regado.
En el mismo carro alcanzó a ver el rostro de una señora y la reconoció de inmediato, como mandan los cánones para no defraudar al respetable, porque igual pudo no haberla conocido, verla a ver quién era y que de ahí no pasara, porque esas cosas de memorizar, a José (ampliamente vilipendiado por mi) nomás no se le dan.
Era ella, sin lugar a dudas, la misma de esa noche a la que antier José le había agarrado las nalgas. Bueno y sano sentía bien gacho recordar, José andaba pedo, pero se dio cuenta, y todavía sentía la nalga en su mano.
Aquella noche José anduvo irreconocible en el barrio, pero la morra si lo había reconocido y por eso ahora, al verla partir en el carro, que ella le hubiera contado a su marido, asumir que no aguantó la ruca, sintió un poco de nostalgia extranjera, ganas de ir a buscarla, aunque por dentro sabía que la había cagada bien gacho.
¿Por qué digo que José Ramón Rentería ganó?…por nada.
Lo que José Ramón había visto en ese chispazo de futuro que no olvidará nunca era que, en sus días no muy lejanos, encontraría- con todo y esa sensación en la mano culposa que duró varias semanas sin lavarse, para que esta no perdiera sensibilidad ni presencia- mi puño cerrado abriéndole otro boquete en el hocico, como se lo advertí, cada vez que lo viera reírse donde anduviera yo con mi morra. Y no soy rencoroso, de hecho soy pacifista, por eso mismo trato de componer al chimuelo ese.
Pero José ganó y sé que nunca podré borrar el pasado de que le haya agarrado las nalgas a mi vieja.
HASTA LA PRÓXIMA.
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