Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Quienes escriben dicen que lo hacen para la trascendencia. Y tal vez así sea, pero también para los presentes.
En los círculos cada vez más cerrados donde el juicio de la historia se comprime, el filtro permite a uno por siglo, si de muchos hablamos. Pueden pasar más que siglos para que algún personaje trascienda.
En las letras trasciende no sólo lo universal sino lo que morirá con la humanidad, pero la gracia que es eterna conserva para sí el misterio de la salvedad. Un libro se salva de la quema: la Biblia.
Más allá de las letras el libro es escalera, mutante que alcanza una alacena, el almuerzo, la esquina rota. Un libro trasciende como una pelota.
Pero los libros que trascienden a veces sin el autor traen una frase sola. Un líquido elemento trasgresor.
El legado es una fortaleza en una palabra, una sola, a veces. La palabra Armagedón permeó el apocalipsis siendo un pueblo. Las calles del infierno llevan a este sitio del libro de los libros, al pasaje más épico de todos los tiempos.
La vida nos pasea por los momentos claves en que hemos de encontrar las fortalezas. Pero no es una búsqueda sino un encuentro.
Se escribe como se lee, por placer. Sin defensa alguna y en defensa propia. Se escribe nada más. Es una fuerza extraña, dicen algunos. Un dictado extraordinario, dicen otros. Se escribe de corrido, sin sueño, se escribe leyendo, sin leer, despacio, encerrado, escondido.
La trascendencia es lo magia en literatura. Es una substancia profética que solo hay en el arte. Cuando para toda una generación no hay un rompimiento, un desgarre, el arte acude a los sitios más increíbles para expresarse.
La estética ha sido desbordada, reinventada, pero antes de la estética fue el arte. Pensar que hay un factor que nos une en el arte es ver hacia afuera. El arte no se entera.
Lo sensual del arte permite que se encrespe el rostro de un pasajero que ve por la ventanilla de un ferrocarril. Es media noche, el autor describe la escena bajo una intensa niebla.
La historia agudiza la memoria, de ella depende lo efímero. El resto es presencia.
Se escribe la palabra exacta en una parte correcta. Se escribe de forma inequívoca, puesto que no depende de uno. Muchos que corrigen barren con el sentido de la trascendencia, con el valor de la estética inalienable a la belleza incierta.
Una frase nunca se desdeña. Por más reiterada que esté, por más pública. Una frase más que escribirse se dice; pero una palabra, una en medio de otras, la que no se escribe, es metáfora.
HASTA LA PRÓXIMA.
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