Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Ya no me siento. Mi cuerpo se lo llevó el aire. Mi ruta fue borrada de un plumazo y encuentro a mi alrededor que estoy solo.
La noche se ha dejado venir con su amalgama de terror. Encima de un muro brinca el frío, sondea las paredes, y luego se deja apasionar por los huertos que al salir son muertos.
La lluvia seca ha dejado el sopor del humo blanco; en las escolleras del pensamiento, mientras no veo, el agua es un bosquejo de fierro, una cruz de metal enorme sin iglesia.
Me acuerdo del aire helado, del cuerpo metido en la oscuridad, de mi tiempo, me acuerdo de mí.
No he pedido la vida, no la he perdido, nadie me la dio, yo la quise. Mi vida fue desde una ventana.
Veo lo que no fue más que nada. No por nostalgia, la veo simplemente al voltear una taza, ver qué había detrás de esa mirada. Ser lo que no fui solo por curiosidad. Me duele una pierna de tanto correr, me hubiese gustado correr menos y leer más por un tiempo.
Veo lo que siento. La noche me dio esa facultad desde pequeño, me enterraron pronto en esa soldad y en las foráneas tentaciones de perderse o de no volver jamás. Así está escrito. Si existí soy este mismo. Nunca dejé de ser niño. He vuelto la mirada mil veces a los adultos y veo que no son de confianza.
Ya no creo. Las palabras son mi propio invento. Lo que escucho lo junto y sé lo que es, qué quisieron decirme desde que nací.
No creo deberle nada a nadie, bueno, tienen unos momentos para cobrarme. El resto ha sido recíproco en sus enromes desproporciones. Por parte mía, ¿qué podría ofrecerles?
Hoy estoy aquí viendo por la ventana. La que veo siempre, en distintas tonalidades, las de los colores primarios. Aquí, sin que importe realmente, por casualidad, pienso ahora que para llegar aquí he tenido suerte.
Hoy no siento el tiempo pasado en el reloj detenido. Ya no quiero ir ni ser el que sabe. No lo he sido. Soy nadie. Por primera vez me doy cuenta, yo mismo creo que he tenido mucho valor en seguir luego de unos cuantos años.
Adentro tengo frío por primera vez. Salgo, y el aire se siente en los huesos, me somete. Está cayendo la noche como una polvareda de un pintor renacentista. Llevo un hacha para cortar los vidrios de los espectaculares momentos que me ha dado la vida.
Pero tengo frío y no sé cómo seguir. Quisiera encontrarme, como quien haya una moneda, la palabra precisa, esa que me llevará en el tranvía.
Pero existe esto que soy. Veo latir la sombra que muevo, escucho que me nombran.
HASTA LA PRÓXIMA.
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