Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- El alcalde aquél sentía que era suyo el poder y que se podía reelegir, y por eso cuando se echaba una cheve con sus compinches borrachos, levantaba la botella y decía: “ya tengo el poder”, pero claro, eso se lo creían, que al fin lo habían visto trabajar bastante todo el año y lo que faltaba de este, por adelantado, es más, tanto había trabajado el bato que hasta sus más encabronados enemigos se lo reconocían.
No podía ver a una persona en la calle porque de cincho le sonreía, le palmeaba la espalda, si era mujer le sobaba la lonja y ella con eso se complacía, y ésta se iba bien contenta a platicarle a sus enemigas, sus “amiguis” ya no le creían.
Hubo quienes ya de plano al verlo venir mejor se escondían y él se hacía el encontradizo.
-Qué haciendo por aquí señor acalde.
– Nada, aquí supervisando una calle.
Como quiera que fuere, el candidato, ya amarrado, había vencido todos los candados habidos y por haber dentro y fuera de su partido, sus adversarios habían caído de rodillas nomás de ver sus propias encuestas y la de tan formidable sujeto que con todo el mundo se reía, qué suerte de pelao, decían, mientras otros son horas que cayeron en desgracia él la pasa con madres y luego de esta dice que va para la grande; “para el bote será”, bromeaban, sin que él lo supiera, sus más allegados y quienes no desconocían sus raterías.
Desde que vio cómo su compadre se encumbró desde la alcaldía él deseaba hacer lo mismo, pero mejor, según le dice en confianza a su vieja cuando están echando un palo, pero ella ensimismada en el aburrimiento de siempre, le dice: ya cállate Domitilo nomás estás invente e invente, en peligro te metan al bote, le decía de cierto su mujer, no en balde ellas son las que conocen a fondo todo el virote.
Con el paso del tiempo, llegado el momento, el candidato agarró para donde todos agarran, a donde está su patrón el que en verdad manda y no estamos hablando de Dios, es un fulano igual que él, pero con más poder y claro con chingos de lana.
Era la hora buena, la hora del gol, le habían dado un pase luego de muchos años de andar en la jugada y había dicho que si tenía chance iba a meter un golazo así se rompiera una pierna, su vieja bromeaba con eso, “con tanta metida de pata ya ni siquiera debías tener una pierna”, lo cual demuestra de nuevo que Dios es muy grande.
Total que de aquella reunión de dos salió como alma que lleva el diablo, no quiso hablar con la prensa para darse una importancia, para especulear con la raza, pero por dentro estaba que se lo llevaba madres, le habían dicho que nomás se mochara, que aflojara el biyuyo y que sin ser el candidato se quedara sonriendo para que todos salieran ganando, todos ellos claro, menos él por supuesto y que con el simple hecho de andar libre y papaloteando, es más, con el hecho de pelar los dientes todavía de vez en cuando se conformara.
Y así fue, hace días me lo encontré, y yo pues quería que me abriera la puerta de su sonrisa, yo correspondería de igual manera, y tal vez le dijera en su honor algunas palabras, pero como ni siquiera me peló, ya viendo el caso, pues me puse a escribirle estas.
HASTA LA PRÓXIMA.
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