Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Encontré una piedra, no es una piedra muy grande. Y pensé en lo que las piedras le han dado a la humanidad.
A las piedras se les debe más que el deseo de ser arrojadas o aventadas para arriba para que caigan encima de uno.
La piedra de regular tamaño dispuesta así -en un lugar ignorado por uno y otro bando antes de la conflagración- es una cualquiera; si un día es importante, entonces puede que sea buscada hasta sus últimas consecuencias, tal vez le den forma y haga la maravilla de los ojos de las personas, pero también vive en ella el olvido, pues desde su incólume prestancia nos habla sin ser escuchada, inmóvil, no sabe hacer nada por si sola.
Hay piedras de gran valor buscadas desde el principio de la vida, buscando eternidad nunca encontrada, como la piedra filosofal; pero hay otras nunca encontradas que jamás fueron buscadas. Es decir: salieron a la luz y con la misma fuerza de su peso fueron enterradas.
La piedra hoy en mi mano es del tamaño de mi mano, apenas se nota, no podría ser descubierta por un desconocido; un conocido podría, al ver mi rostro, saber que por mis ojos con la piedra en la mano libero de cierto modo un poder extraño.
Un tiempo las piedras sirvieron como cuaderno, lienzo para pintar un venado, hacha, punta de lanza, bola de fuego entre las brasas. Un tiempo la piedra tuvo su razón de ser entre la raza, o entre las bandas, pasaban rasitas por la casa y quebraban el vidrio seco de una ventana.
La piedra es tierra junta, conexión, compactación de años, recuerdo feroz de la tierra inhóspita. En los sitios agrestes, la piedra es una silla muy cómoda para quien ejerce de profeta al borde del camino y se detiene a jugar un poco, a hacer patitos en un lago imaginario, en el espejismo de su ausencia.
Con una piedra se golpea a la puerta, se golpea a otra piedra, se mata, se hiere, se acobarda al de enfrente, se hace una calle, se construye una casa, se tapa un hormiguero, se matan dos pájaros de una pedrada.
Otra vez: la cama ha de ser de piedra, la misma almohada, el sueño pesado, el retén, la cerca, la calza de una mesa, el anillo de una dama que cuesta un ojo de la cara.
Con la piedra en la mano no habría quien me dijera nada si esta fuese la única, pero hay muchas, gana quien coge más piedras, quien las junta y las arrincona, quien las vuelve grava.
Pero tengo una piedra. Es mi piedra. No pido ni ofrezco nada por ella, la llevo al paso, tomo su forma, me ajusto a su liviandad, a su tendencia oscurecida de suicida.
Estoy en donde voy, mantengo fija la mirada, veo con claridad el blanco perfecto y oficialmente la arrojo. Pega en un aparte del mundo, retacha, se hace pedazos y se pierde como la vida misma.
HASTA LA PRÓXIMA.
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