Por Pegaso
¡Ese Bronco es un loquillo!
Reynosa, Tamaulipas.- ¡Ese Bronco es un loquillo!
Ahora que andaba yo volando allá, cerca de la estratósfera, escuché mediante las ondas hertzianas cómo el candidato presidencial conocido como El Bronco está proponiendo ahora que se aplique la pena de muerte para los criminales.
Ya anteriormente, en el debate, dijo que si llega a la Presidencia de la República mandará cortar las manos a todos los funcionarios ratas del país.
Pero ahora se ha superado a sí mismo, y en una conversación telefónica con una de sus seguidoras, ésta le preguntó que si aplicaría la pena de muerte a los criminales, si es que cometieron algún delito grave; a lo que el candidato le respondió que sí lo haría.
Fuera de que se los malosos se lo tienen bien merecido, la Constitución Política del País prohibe las ejecuciones y todo tipo de mutilaciones como sanción penal (Artículo 22).
Sin embargo, El Bronco se ha revelado como todo un Savonarola, un Torquemada más sanguinario que los talibanes, más feroz que los yakuzas de Japón, más fiero que Danny Trejo en su laureada película «Machete» y más implacable que la Inquisición.
Por tal motivo, el Equipo de Investigaciones Especiales de Pegaso se dio a la tarea de indagar en el bajo mundo y en el Museo del Horror de Saltillo cuáles serían los métodos y torturas más adecuados para el nuevo sistema de impartición de justicia penal de El Bronco, si es que llega a ganar las elecciones el próximo primero de julio.
Creo que el Bronco no sólo se debe contentar con mochar manos y darle un pajuelazo a los malos en la cabeza. Hay muchas jocosas y divertidas formas en que se les puede dar un escarmiento.
Veamos algunas de las más famosas.
Para extraer valiosa información que nos lleve a reveladores datos sobre actividades de las bandas criminales, no hay como El Potro, un instrumento de tortura también conocido como ecúleo. Consiste en que el acusado es atado de pies y manos a una superficie conectada a un torno y al girar, tira de las extremidades en sentidos opuestos, causando la dislocación de éstas y un terrible dolor que, generalmente, hace cantar hasta a los mudos.
El Toro de Falais. Se introduce al culpable a un toro hueco hecho de metal, mientras que en la parte de abajo se enciende un brasero. Al calentarse, el reo se empieza a cocinar a fuego lento. Como en Monterrey no hay Toros de Falais, podría recomendarle a El Bronco que use un ataúd para hacer cabrito. Da el mismo resultado.
El Desgarrador de Senos. Ahora que si la infractora es una mujer, nada mejor que este bonito instrumento que permite desgarrar limpiamente las bubis con cuatro puntas calentadas al rojo vivo.
El Empalamiento. Un despiadado suplicio donde el criminal era penetrado por el ano con un palo puntiagudo. La punta tendría que salir por la boca para que el efecto fuera más dramático.
El Desmembramiento. ¡Este creo que sería el favorito de El Bronco! Colocas al criminal atado de los pies y las manos a cuatro caballos. Si no quiere soltar la sopa, se le da un chicotazo a los cuadrúpedos y éstos tiran hacia diferentes lados hasta desmembrarlo.
La Doncella de Hierro. Consistía en una especie de ataúd metálico con unas puntas en el interior, donde se metía al reo y se cerraba poco a poco.
¿Mochar las manos? ¡Bah! Eso es para niños de pecho.
Si El Bronco desea cambiar la Constitución, debería hacerlo mediante la adición de algunos incisos al Artículo 22 e introducir estos amenos pasatiempos que no sólo permitirán a los ciudadanos de bien tener un rato de solaz y esparcimiento, sino que harán que los criminales lo piensen dos veces antes de delinquir.
Por eso, aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «Observé la suspensión de la vida en su mínima dimensión». (Vi la muerte chiquita).
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