Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Con la ventana en la puerta, la casa es calle, el árbol crece hacia adentro, la rama es una vena de las manos, el tiempo está soplando al oído.
Leo el fin de una orilla en la hoja que pasa, el silencio aburre a los crueles demiurgos, encima de eso está la casa, de pronto es un pensamiento. Casa es adentro, afuera es patio de sol.
Sin filamentos, el fundamento liso cae en las conciencias, se derroca el sonido débil de las horas pasadas, se derrite la canción que calla, se humedece la primavera ardiente en el fuego. Soy la ocasión del segundo, el encuentro amoratado.
El aire se pertrecha en las escoriaciones de la memoria, vapor sin agua, debilitamiento de espejos.
Desde luego una sombra debajo de un árbol, un perro ronca su motor de sueño, derriba un ala de pájaro y encima de eso el cielo tan grande y pequeño de las palabras.
Se dice una voz, se escucha un lenguaje, de todas maneras entiendo, el pájaro mete su nido en la garganta, se desata el cabello, se anuda el alma vana y sale de la esperanza para ir por la única línea del tiempo.
Desde mi corazón confieso un río desbordando, una sierra debajo de la cama, un sueño tolerado apenas, confieso mi culpa ajena, mi franca derrota en la turbiedad del éxito. El meridiano confieso, mi gran soledad abastecida de nada, mi soledad impropia, indebida, cartilaginosa.
Inscrito en las paredes del viaje, he publicado en las ropas, en los brazos, en las alas de pájaro. He resuelto el misterio universal de la oscuridad. Respiré bajo un árbol gigante.
¿Quién soy?, no sé, tan tan. Así como estoy. Yo mismo me sorprendo. He pasado las pruebas de la existencia con algunos sobresaltos. Me escucho. Me leo. He roto las partituras del silencio.
Sueño traidor volviendo a la vista de un ciego, la vida toda es un trozo de tierra, el precio del triunfo, la vertical estática de una palabra oculta.
A orillas del agua la extrema arrogancia de los patos. Último y primero. El mundo es el borde de los labios, la fórmula secreta de un vaso de agua.
Creo en una pieza de pan, en ir a casa, en volver, en esperar, en lo que va conmigo, en la elección, en la estancia, en la existencia misma cuando me ato los zapatos, y claro, creo en la mujer que amo.
Un siglo después esto servirá para entender el comportamiento de los agujeros negros, de los orificios de balas perdidas, de las generaciones perdidas en el instinto de los animales.
Desde luego piedra, el día saca los ojos de las codornices acaparadas en el fuego. Meses antes, los días comenzaron a dejar por fuera sus puertas abiertas. Estoy en la orilla del agua. Alguien empuja mi espalda.
HASTA LA PRÓXIMA.
Discussion about this post