Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Te presento mi cigarro encendido, el humo ligero envuelto.
Te presento la luz de afuera que entra por una rendija y pasa zumbando en su reloj de arena y en pequeños grumos del tiempo.
Te presento mi alfarería ilegible en el cuerpo retorcido de mi cuerpo. El atroz hueso detenido en otro hueso.
Mi escasa muerte en la jornada de una silueta te propongo. Supongo que me convierto en polvo. Te presento mi pintura hecha bajo la lluvia. En una de las posibilidades de la existencia siempre se hace un poema.
Te presento el afuera donde las sombras danzan. Te presento mi judas mi espejo infalible.
En un instante compuesto de alaridos alguien nota el silencio, te objeto la noche, la única luz no confiable, te objeto el principio, la guerra.
Te presento mi incendio, al fin y al cabo en la materia que razona se va volviendo al comienzo.
Después de la tierra todo encaja bien, amoratados, los cuerpos viajan en un tren descalzos. Alguien se arrepiente muy tarde con el riel adolorido. El tren se descarrila antes de tiempo claro y el que cuenta esta historia habría bajado en medio de las espinas.
Esa es la historia. Te propongo mi corazón leyendo lo que le queda de vida.
Mi pasión insana te ofrezco, los rincones absolutos del absurdo, mi escasa memoria, mi espacio infinito.
Desde la cabellera la noche tiende manganas y el corazón cojea en una vía corta. En mi contra te ofrezco lo que soy para todo. Te propongo una noche cada noche, estoy muy cerca.
Te propongo los peces del único capítulo abierto de par en par en el mar. Te propongo la singularidad espacio temporal de mis manos en tu cuerpo, el quehacer de una elegante ecuación que lo explique todo.
Será práctico desayunar con tus manos, después te propongo un pequeño bar en la esquina de la ciudad.
Te presento mi almohadón de plumas y armisticios, mi alfeñique esqueleto rondándome. En un descuido me presento, mírame.
Te propongo, para serte sincero, a lo que he venido al mundo.
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