Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- A como voy, veo poco el suelo, ese espacio viscoso abajo del doblez de mis rodillas. El viento arrecia sobre el pelo en pleno vuelo. De este modo se marea el marinero. Es un rol importante al navegar, en las partes más altas de una cresta, en la ola.
El viento arrecia, acalla la bellísima ciudad dormida en el valle del invierno, imaginaria en mi mano, enviada en un recado. Voy por dentro de un cuento.
Es el final perfecto para una película extranjera. Ese día se enamoraron y comieron los mejores manjares rodeados del paraíso.
Pienso en eso mientras aclaro la visión para escoger una vista. Una isla. Una fama alrededor, la fauna, el pedazo de periódico, el eslabón. Pero los postes ruedan por el suelo en abierta agonía. Hay hechos reales en el paraíso de las ventanas. Insignes obras de arte.
Las paredes lucen ocurras y poco a poco sin dolor levanto la mirada del suelo, la llevo a otro precipicio. Los ojos destacan la luz del fondo, un remanso leve amarillento en la calle. En las paredes la oscuridad comienza la danza.
Entonces danzo. Tiento, recojo del suelo, salto, resorteo, me ubico en el cielo, en el techo, pegado al suelo. Más allá la geometría ahonda, se arremolina a las entradas.
Posteriormente el acceso se abre y me enderezo. Promociono la cultura de la decapitación y la recapitulación, las iniciativas sistematizadas y poco coherentes señor asistente.
En dicho comité viajo. Somos pocos y esporádicos como sombras diseminadas en el pavimento de esta noche, en los refuerzos del humo, en el párpado de los ojos. Somos garras erguidas, pedazos de fe con atribuciones propias, con su yo interno, rebajando la noche de una mirada, calle abajo.
Como en la vida, no hay herramientas para cuestiones inmediatas. Todo se desconoce y habría que aprender de nuevo. Hay accesos de información por todas partes. Pero ni una te aclara, todo te confunde, te equivoca.
Lo siento señor, voy de regreso, aprendo el camino para encontrarme, venir y decirme a tiempo que huya para siempre, en la otra turbia de las maneras de hacerle frente. Me callé de nuevo con las manos apretadas una contra otra, los dedos doblados y necesitados.
En el camino la luz es falsa y se quiebra, se escama de los dedos, se hace reja clandestina, mujeres, puertos oscurecidos por el precio. Los seres que habitan son noches dobladas por dentro, objetos de otros desaparecidos y escondidos en el tiempo.
En ese sentido se enciende el fuego con todos en cuclillas contando historias repetidas hasta la muerte; hasta que el sujeto del cuento, cansado y desgastado es abatido por el cuentista. Hasta que muere el cuentista o sigue viviendo al descubrir su farsa.
Sobre el lomo del cuento el hombre suda a chorros, corre, se moja en los arbitrarios ríos que cruzan las colonias y atraviesan las calles. Anota algunas particularidades en su libreta imaginaria que luego olvida por completo, en bien del público espectador imaginario.
HASTA LA PRÓXIMA.
Discussion about this post