Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Esta página no la escribo, la devuelvo a sus dueños, a sus apócrifos litigios de una jornada en los labios cerrados, herméticos y lapidarios.
Desde mi conspiración, quien lee esta página no cumple una función definitiva, está en eso el paso de un libro, la sociedad del olvido o la posibilidad de un breve comentario en medio del ruido.
Quien lee está en su uso desarmado, consumiendo su humo, su estratagema cruel, en su aposento de cantina. Es un golpe ya dado hace rato, leer es un esfuerzo inestimado por caer del otro lado de una vida inexistente.
Quien lee esta página esperaba que uno de tantos- de una palabra dicha con todo respeto- pudiera ayudarle con su voz, con el intervalo de silencio junto.
Conspirar es creer en la pequeña conversación inaudible.
Esto no ha pasado, fue sólo un contacto.
El golpe definitivo viene de lejos. Lo siento. Pero no importa. Qué elegante era yo cuando decía una palabra escrita así como escribir sin letras.
Escribir es mundano, leer nos salva en su isla imaginaria. El mundo dejó de ser: uno voltea y somos dos. Te escribo y me escribo a la vez.
He vuelto a decir que quiero dar mis tejados, llegar a mis orillas, a mis esquinas, a mis pecados vagos, a mis artilugios de fiestas y farsas, a mis tormentas emocionadas.
He recorrido las esperas en la esquina del pasado. Los cortos aterrizajes del pensamiento, los resquicios que he visto de niño pisando el pavimento, encubierto. ¿Qué me podrían aconsejar?. ¿Actuar como si nada?
Y un comité de soledades juntas podría arreciar como la lluvia. En mi mente brillan los aconteceres responsables de este efecto con el que se cambia o se queda uno como está a falta de pruebas para consignar este olvido. Hay un empate entre el ser y no ser, por eso lo digo.
Puedo cambiar como la milagrosa mañana. La misma noche que aguarda la luna se hace mañana. Siempre lo hacen en las largas caminatas, mientras el hombre cruza los continentes cambia el alma y las razones, cambia la vida y se resquebrajan los corazones a unos cuantos metros lineales.
Puedo cambiar ahora o mañana, cambiar a cada rato, cambiar siempre a cada paso, a cada respiro en cada decisión puedo cambiar el nombre, el llanto, la alegría, el feroz coraje los arrumacos de gato en el cuarto, puedo cambiar si quiero o no, si ese es mi propósito o no lo es.
Como la luz puedo cambiar, como la hoja que cae y se pierde en el humus, como el árbol, el perro que ladra a su miedo sin motivo alguno.
Dije conspiración yo mismo, con una piedra en la mano, como cualquier sujeto. El cambio, para mí, es una conspiración constante.
HASTA LA PRÓXIMA.
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