Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- No fue desbaratar la escenografía del esplendoroso sol en la ventana. Me allané yo solo en el páramo de los muebles. Con eso evité que el lado positivo, vieja droga que usaba para conformarme, correspondiera al ocio futurista, a la eterna búsqueda de lo inacabable.
Mientras camino, me refiero a lo que me enseñaron mis padres, el señor y la señora Miller- muertos en el campo minado por las desavenencias-, fue solucionar según la pedrada y se hace una generalización sobre lo que se va a trabajar, dicen las trabajadoras sociales. El problema es la conducta de mis dedos insurrectos.
Esa desintegración de agua y viento, económicamente hablando, era ya cultural en mi pienso, y huyo al refugio cotidiano. Lo que hizo desencadenar esta batalla en el abierto diálogo, fue el no saber, el no ser, la nada toda en la cocina.
Para crear la caracterización de esta mañana, falsa por cierto en los crucigramas jamás resueltos en las zonas de confort, en una mesa vicentina, se identifica a lo lejos de mi historia, la prioridad que fue siempre el estigma del padre nuestro, y había que hacer los manchones en un cuadro de pintura derribado dos veces de la pared.
Las definiciones cambiaron con el tiempo. ¿En qué me fui?, ¿qué hice mientras tanto? ¿Era para abajo o para arriba? Allí estuve en el cuadro, pequeño manchón agigantado en la pared de mi casa en la historia de mi padre y mi madre que lava y zurce.
Me acuerdo primero de los conceptos por aquellos sureños inenarrables. Y los recuerdos se fueron manchando a lo que hoy soy en efectivo, en plata limpia en esta equina, de mosaicos cuadrados y rojos, oscurecidos del niño solitario en las praderas de piernas familiares que entraban y salían de casa.
También fuimos grupos muy cerrados de amigos. Estoy vistiéndome de negro y veo la plancha, el rayo de luz entrar por la ventana, el diminuto segundo posado en mi memoria. Estoy pensando. El agua repiquetea de nuevo en el lavabo, he mal cerrado la llave, esa es la teoría de este conflicto.
Veo el modelo para armar en una democracia de objetos sobre la mesa antes de almorzar. La descripción es una taza negra y blanca, un par de galletas y una ensalada acumulada en los años negros.
En estos resquicios de la vida leve, puedo hablar de algunos libros como el de “Hombre invisible” de H.G Wells, más allá de una narrativa de ciencia ficción, esa es la naturaleza del autor. Primero llega el hombre misterioso, luego el desconocido se descubre, el hombre invencible pierde la paciencia y al final el hombre corre entre otros libros. Así es esto con Wells. Los sé. Yo, uno de los Wells, se volvió invisible.
La política es en unos cuantos pasos: levantarse de la cama, ir al baño, salir y respetarse un poco, en lo que busco otras palabras para explicarme el antes, durante y después. Lo dije porque así dicen los libros, pero quién sabe.
Con el tiempo supe que aquí no hay reglas. Si en laguna parte existen, estas no casan entre aquellos con nosotros, los que fui y ahora soy, tan lejanos y apartados los unos de los otros.
Los principios de esta acción es disparar pistola en mano y caer al mismo tiempo de espaldas al piso frío de concreto para evitar conflictos antes de probar bocado.
Esto es confidencial, pero todos lo saben, se rasgó en el sonsonete de un niño declamando durante los honores a la bandera. Tiene gracia. Aquí es donde se hace mención de las instituciones del silencio que presido yo esta mañana, antes de salir a la calle, mientras almuerzo.
HASTA LA PRÓXIMA.
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