Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- ¿Una piedra, un pedazo de madera? ¿Para qué, si vuelo, si soy libre, para qué tropezar si ando en las nubes? El espacio se abre infinito ante mis ojos y mi presentimiento es la distancia de aquí a mis oídos, un sopor extraño envuelve, ahora que me entero, el silencio abrupto de la amazonia. Nos estamos pudriendo.
Sólo es un muerto.
En los edificios los rostros de las personas se anegan en agua, es rústico el motivo de su tristeza, saben a hijo malandro, a rocío de músculos sobre otro cuerpo muerto.
La ciudad tiene noticias pero bajan a esconderse, tiene voz que se apaga y prende, en los anuncios de las calles el único esqueleto da la primicia, aún vivo en todos, soy lo que no fui, su propia muerte, los espero entre los escombros.
Los ojos quedaron fijos viendo hacía un lado donde un block hace las veces de pata. La noche es el cuerpo del alma, desde los rincones nos habla.
Estoy convencido de ser cristiano mientras me fumo el último cigarro que no hay en la esquina, cerraron el paso, hay forenses invadiendo la calle miserable.
Desde el recuerdo viene bajando el olvido con su gastada pared de grafitiis. Desde el ocaso, la memoria es una cáscara de plátano, un gajo de melancolía.
Atrapado en su red falsa un monigote que simula un ser humano escupe desde el aparador opaco, el reflejo calla en la boca del breve espacio donde se puede pensar y no se piensa, hay paso de largo, otros asuntos más importantes que caerse ahora.
Las manos atadas son un recurso para decir que fue a propósito, que uno de tantos sacó una bala del corazón para dármela en la mano agrietada. Una metralla.
Los pies sueltos, disparados a los lados, torcidos como alambres quisieron decir algo, declamar un verso, alejarse rápidamente de este mundo. Los pies sueltos nadan, se espolvorean un rato en el piso de concreto y paran. Se escuchan canciones, huele a lo que huelen los muertos.
La misma metralla sacudió su fuego, hizo más dura la espera, absorbió el aliento, lo dejó seco, esqueleto, huesos, humus, helio.
Recojo la piedra y el pedazo de madera y comienzo a reconstruir de todas maneras mi causa.
Pero nada hay, no me había fijado, creo que soy el último muerto y, contra la costumbre, nadie dirá la nota breve, el sentido pésame, lo siento mucho, era un buen hombre.
HASTA LA PRÓXIMA.
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