Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- En el aire la tarde disputa sus escarceos amorosos en las calles. Tú vienes entre nubes alborotadas. Tus manos tropicales son rastros de palomas que entienden de cornisas, y escriben de marcos y catedrales en el aire. Y llueves.
Tú eres tiempo infinito. El estadio más grande se llena con mis emociones, declaran la guerra a una guerra, hacen pinchar la pica, revientan un globo con la imaginación.
Mucho que decir de un camellón que arrastra bosas de plástico, las repliega. En realidad ha crecido el pasto en ese lugar que nadie recuerda encharcado. Los postes son sombras gigantescas que crecen en la luz solitaria sobre el pavimento. Está roto el fondo de las calles laterales que se ven de reojo.
En expiación los sonidos van pasando despacio. Escucho la voz vibrar, los golpes pequeños, las chispas de lunas sobre el granjeno, goteando.
Muchas veces tarde. Se queda disuelta en el pasado de piedra, de pronto oscurece. Hay niebla o no la hay, pero te veo llegar. Y llueves.
En minutos se esconde la mano y se tira el segundo, va rotando el planeta. Son risos, destellos perpetuos de tus ojos, rimas perfectas, destacados campamentos del sueño.
Es cierto que vienes con el viento y caes en los prados, en las hojas crujientes de lindos amaneceres.
Los que nunca faltan en la foto, los perros cabizbajos, miran su suerte de arriba y abajo. Son legionarios, héroes de un basurero, de una banqueta marcada con agua, seres de otro mundo que nos vigilan, inconmensurables.
La ciudad se va moviendo, se arrastra hacia el norte, se desborda de concreto y al este se vacía en su mermelada gris, entre el lodo.
Las autoridades han dejado de hacer en lo que el ciudadano ha dejado de decir. Las cosas están parejas en un accidente sin culpables, una objeto encontrado que no se había perdido.
Debajo de la ciudad escurre el ego, el inframundo, la sangre oscura, la calle trece, el arroyo terso que avanza lentamente hacia el norte terco.
La calle me calla. Es mi remota existencia. La calle se atora en la garganta agujereada y seca. Me resguardado apenas y el agua moja mis zapatos y el agua entra a beber agua de mi cuerpo.
Lo que sucede es que la jornada trajo aves que estallaron en tus ojos. A ti te he visto las ciudades del alma. El paraíso es tu beso.
Hay bastante de los dos entre la banda, entre las calles metidas a escafandra, entre los dedos entrelazados. Has suficiente mirada, voz para escucharte, amor y agua.
Hay corazón desprendido del cuerpo, suelto por dentro buscándote siempre, queriendo salir, reventando. Toda la vida cabe, toda la ciudad. Hice un gran dique con brazos de azogue, hice una terraza con tus pies, con tus rayos. Con tus nubes lluvias hice un almanaque de lluvia.
HASTA LA PRÓXIMA.
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